La periodista olfatea al entrevistado nada más saludarle. No le mira, escruta sus pupilas y sus pestañas, interpreta sus manos cuando se enlazan y retuercen, inclina la cabeza cuando él lo hace. Busca la verdad, y bien sabe que no bastan ni la pericia interrogadora ni el intercambio de información. Ni siquiera su capacidad de seducción. La periodista se siente a ratos soldado, a ratos cortesana: adula, asiente, acompaña y hace largos silencios. Hasta que por fin el entrevistado cuenta algo interesante, pero dice: “Esto no lo pongas”. Los papeles se han difuminado. Podría parecer una conversación íntima, aunque en verdad se trata de un formato periodístico. La ilusión se ha adueñado de quien ya no sólo responde, sino que amplía el relato haciéndose el importante. Descerrajada la cautela, la confianza se ha derramado de tal forma que apostilla: “Cuando apagues eso, te lo cuento todo”.
¿Qué podemos hacer los periodistas con los off the record que hemos acumulado a lo largo del tiempo aparte de amenizar, pasados los años, alguna reunión familiar? Puede que nuestra precarizada profesión se ganara cuatro cuartos extras revelando algunas confesiones hechas “a micrófono cerrado” –que es como la RAE propone evitar el anglicismo–, un recurso periodístico cuya utilización siempre ha sido esquiva. El lector se preguntará cómo un periodista puede llegar a compartir confidencias con su interrogado: este quiere lucir sus plumas y sorprender al plumilla, que tendrá que lidiar con la ética del llamado “secreto profesional”.
El lunes dimitía de sus cargos en la ejecutiva popular María Dolores de Cospedal, que, en cambio, se aferra al escaño que le da condición de aforada. Por lo que pueda pasar. Sus conversaciones y las de su marido, Ignacio López del Hierro, con el ubicuo comisario Villarejo contribuyen al glosario de la corrupción con expresiones del tipo “tocarse los mondongos” o “limpiar papeles”, pero este ya recogía perlas del calibre de “información vaginal” –esto es, “ponerle” a alguien “una chorbita”, que se la “tire… y muerto”–, “maricón”, adjetivación elegida para definir a un compañero y el consabido “todo lo que puedas averiguar”. Es tan grave lo que se dice, como la forma en que se expresa, soez y maloliente. Cierto es que la corrección política ha llegado a ser asfixiante en nuestros días, pero debemos manejar con sumo cuidado la máxima de que “lo privado es político”. Por fortuna, la barrera entre ambas esferas está más desdibujada que nunca en los tiempos de la Gürtel, los papeles de Panamá o el #MeToo. Pero, tan importante resulta limpiar nuestras bocas cuando nos creemos off the record, como acercar posiciones entre lo que pensamos de verdad y lo que decimos de mentira.
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