Nada que ver con el lujo contemporáneo, que se define en tres conceptos: tiempo, exclusividad y paladar. Ese lujo inmaterial o esencial –¿qué significará al fin y al cabo la tan manida «esencia»? –. Hoy se vende más agua embotellada que en ninguna otra época, e incluso se comercializan adelgazantes para perros; los canes de la superabundancia cuyas dueñas millonarias los bañan en agua de rosas. Las clases medias han incorporardo a sus vidas destellos dorados, masajes a mil y algún capricho de marca que, dicen, te hace sentir parte de un club exclusivo. Pero lo que se perfila como la gran panacea del nuevo consumo es el concepto «Living the experience». Desde los años noventa el perfil del consumidor se ha transformado. De hecho, autores como Gilles Lipovetsky utilizan el término «neoconsumidores» para referirse a aquellos que no sólo compran productos sino también experiencias, emociones y estados de ánimo.
Pero, mientras se van perfilando los neoconsumidores, en estas latitudes triunfan los yonkis de la ostentación. El lujo rancio se ha convertido en un espectáculo obsceno pero adictivo. En los medios –sobre todo en la tele– se exhiben más que nunca los caprichos de los nuevos ricos: la serie Mujeres ricas de la Sexta, por ejemplo, arrasó la temporada pasada en prime time. Más de dos millones de espectadores enganchados a los vestidores de cinco multimillonarias exhibicionistas. Ayer en la misma cadena pude comprobar que sus protagonistas son la cara B de Mujeres desesperadas. Una tiene que enfrentarse al terrible dilema de elegir entre que su marido le regale un abrigo de visón de Elena Benarroch o un cuadro de Miró (para acabar convenciéndole de que le compre los dos); otra, esposa de un conocido futbolista argentino retirado, fue detenida el pasado abril por cambiar etiquetas de precios en una lujosa tienda de ropa de Miami y ahora se entrega al pensamiento mágico asegurando que siente espíritus en su impresionante mansion marbellí; y por ultimo, las hermanas Collado–Ferrari y Porsche, respectivamente–, que se disfrazan de veinteañeras para ir a la discoteca y organizan tupper sex a los que invitan a su madre.
Sin lugar a dudas son ejemplos concluyentes de que el lujo dorado nada tiene que ver con la belleza, ni tan siquiera con un feliz suspiro.
El lujo dorado es un instante. Pasa. Pero hay lujos que no pasan: una buena lectura, oler la tierra mojada tras la lluvia, una copa de buen vino y amigos; el sexo enamorado…Los joyones nada tienen que ver con la felicidad y en exceso molestan.
D’accord . Todo lo que posees te posee a su vez. El único acervo que suma libertad es el cultural.