Cuando la vida no tenía prisa nos gustaba que llegara la Semana Santa. El olor a incienso hacía más misteriosas las calles y el hojaldre que se horneaba en casa resultaba una deliciosa coartada vegetariana, els panadons, para respetar la Cuaresma absteniéndose de la carne. Nos encantaban las interminables películas que ponían en la tele cada la tarde, de Espartaco a Ben-Hur, e incluso Las sandalias del pescador. Las veíamos enteras, comiendo pipas y torrijas. Y después íbamos a probarnos el disfraz para la procesión o la Pasión, entre los nervios y la dicha. Recuerdo que siempre ansiaba el papel de María Magdalena, lo prefería mil veces al de Samaritana o Verónica. Magdalena había probado otros mundos, y por tanto se trataba del personaje femenino más interesante. De generación en generación, nadie se ha librado del peso de aquellas palabras antiguas y limpias que, se dijo, la salvaron: “Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra”.
Su personaje ha dado buena tinta a la ficción. De la carta de Saramago a Nikos Kazantzakis y La última tentación de Cristo, que Scorsese convirtió en película. Sus brochazos eróticos escandalizaron. Pero la literatura y la teología feminista iban abriendo el personaje y rescatándolo de su valle de lágrimas pecadoras. Gracias a Anna Caballé, descubrí recientemente a otra María Magdalena, la que describe Isabel de Villena, nacida Elionor Manuel –educada en palacio, monja clarisa y abadesa del convento de la Santísima Trinidad de Valencia–, de quien sólo se conserva su Vita Christi, una reescritura del Nuevo Testamento desde una perspectiva teológica determinada tanto por su adscripción a la regla de san Francisco como por su condición de mujer, en la que revisa varios personajes femeninos relegados a la oscuridad. Esta religiosa y escritora medieval que nadó a contracorriente no describe a María Magdalena como la exprostituta del cristianismo, sino como una joven noble huérfana, adinerada, amiga de las fiestas, sensual, “inventora de vestidos”, a quien no importaba el qué dirán: “Y como en tales casos la fama de las mujeres no puede perseverar entera, aunque las obras no sean malas, son demostraciones que dan que hablar y sospechar a los murmuradores encargados de juzgar y condenar la vida de tales personas”.
Hasta hace apenas dos años, en el 2016, la Iglesia no restituyó –por orden del papa Francisco– su figura, estableciendo la celebración de santa María Magdalena en el calendario romano. Y ahora se acaba de estrenar un biopic protagonizado por Rooney Mara, una María Magdalena que nada tiene que ver con la que nos escupió la historia, envilecida desde una tradición misógina y patriarcal. Santas, putas o malvadas, no podían ser tantas. A María Magdalena por fin le ha llegado su 8-M.
Comentarios