Cuando la vida sin pareja empezó a alargarse más allá de la resignación, los solterones y solteronas se hicieron llamar singles. El marketing los ratificó haciendo sonar unas alforjas que prometían un estilo de vida confortable y a la vez divertido. Excluidos incluso en el supermercado, que basaba su oferta en packs familiares, vivieron entonces su año del cerdo chino y los siete de vacas gordas de los sueños del faraón interpretados por José. Sería frívolo decir que se pusieron de moda, pero sí fueron promocionados. Ganaron prestigio. Y empezaron a representar la vida aligerada, sin responsabilidades con los otros, encantadoramente egoísta. Fueron los niños mimados de las ofertas en monodosis. “Somos singles”, decían algunas muchachas, en inglés, como si en español la palabra aún llevara zapatillas de felpa y bata acolchada. Pronunciaban single y se sentían internacionales, más de su tiempo, criaturas que habían pasado del estigma al orgullo, y de la compasión a la envidia.
Curiosamente, hoy seguimos escuchando una frase hecha que les da la razón: “Yo no me caso con nadie”. Las convicciones profundas están en crisis, por ello alinearse moralmente en la soltería garantiza independencia y manos libres. La expresión, de origen popular, viene a expresar lo positivo de ser neutral e independiente y actuar según nuestra propia conciencia. Pero ahora una nueva tendencia social viene a ampliar su contenido, poniéndola en escena: la sologamia, que, sí, quiere decir lo que imaginan: casarse con uno mismo.
Las autobodas están en alza, y dirán que también lo estuvieron los famosos matrimoniados por el rito zulú, pero las historias virales de novios o novias que se comprometen con ellos mismos y su felicidad empiezan a sumar. Una italiana llamada Laura Mesi celebró una boda por todo lo alto, con 70 invitados y su propia figurita en la tarta nupcial. Entrevistada por la BBC, la mujer, de cuarenta años, afirmó que más allá de la “pizca de locura” necesaria para montar un teatro de tal magnitud, lo que quería era mandar un doble mensaje a los suyos: “Antes que nada, debemos amarnos a nosotros mismos”, y se puede “vivir un cuento de hadas sin príncipe azul”. Laura se cansó de esperar alguien para compartir su vida. Y convirtió la frustración en desahogo: traje de novia, ramo de flores y una sortija que, igual que en la vida real, no te pone nadie. Es curioso que uno de los rituales de las bodas sea tan insólito: ese será el único día de tu vida en que alguien te ensarte el anillo.
Las bodas de sológamos, que carecen de legalidad, parecen un despropósito e incluso representan hasta el delirio el fracaso romántico. Pero los solteros, a escala mundial, se multiplican. Son mujeres y hombres que han decidido bailar consigo mismos. Y el espectáculo puede ser tan decadente como vivificador.
(Imagen: Self Hug, Emmalyn Tringali)
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