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Golpe de pelo

Cuando una mujer decide cortarse el pelo casi siempre quiere ganar algo, desde comodidad a rigor moral, o liberación. Aunque luego se arrepienta. Actúa en sentido contrario al eterno femenino, a la melena suelta que, según los etólogos, puede asumir un valor expresivo de accesibilidad y en su lugar manifiesta una sensación de control. No es de extrañar que Soraya Saénz de Santamaría haya mudado este verano el peinado y luzca un corte vigoroso que refuerza su potencia energética, o, mejor dicho, su autoridad. Nada que ver con su anterior media melena al viento, suavemente ondulada, de tía normal –que es lo que siempre ha querido aparentar–, la misma que lucía cuando anunció que se haría imprescindible en Catalunya. Han pasado seis meses, y Soraya ahora ha demostrado desprecio a Puigdemont y su patada a la luna, con una solemnidad teatralizada. Compareció sola, como suele ocurrir cada vez que acontece algo grave, marcando distancia y arrugando el labio hacia arriba como tan bien hace la gente de derechas,que parece nacida para pronunciar palabras como: “bochornoso” o “lamentable”.

A principios del milenio, una aún veinteañera Saénz de Santamaria, entonces abogada del estado en León, cogió un autobús para Madrid: “Creo que les dio la impresión de que aguantaba bien la presión y por eso me cogieron”,contó. Tachada a menudo de no ser más que una tecnócrata, poco proclive a ideologizar mensajes, ​ha sido ​apodada por sus ​ enemigos peleros ​(​que de joven la apodaban “la hormiguita”​)​ “la killer”, porque no le tiembla la mano en los pulsos. Ahora, el más conocido de todos los sobrenombres de la mujer con más poder en España es “la vicetodo”, algo rigurosamente cierto. Soraya no parece notar la presión, lo que entronca con la seguridad de quien se corta el pelo en verano, antes de acometer uno de los lances más delicados de su vida: desconectar la desconexión. Pero, ¿acaso el síndrome de Napoleón atañe solo a los varones? Las mujeres de pelo corto y baja estatura siempre han sabido mandar . Mi garganta profunda, a quien llamaremos la Marquesa de Rielis, opina que las de pelo corto son mujeres prácticas, que se ven mal con melena, y añade que Soraya se debía ver demasiado pesada, “porque tiene pelazo, pero le luce tosco”.

Estos día hemos padecido una sobredosis revival de otra mujer de pelo corto, Diana de Gales, cuya inseguridad, además de la moda ochentera, le llevaba a creparlo con auténtico desespero. A las inglesas vulnerables, el pelo siempre las ha ayudado a esconderse, lo hacían, con moño, desde Virginia Woolf a la pobre Amy Winehouse, y en cambio no lo necesitaban las excéntricas –y, algunas, pérfidas– hermanas Mitford, a quienes les bastaban sus cuatro ondas sobre los hombros y los hombres.

Diana hizo de su pelo toda una declaración de intenciones. Las reinas británicas han peinado voluminosos recogidos con adornos, mientras “la princesa del pueblo” quería ser ella misma, aunque no supiera bien quien era. Cuánto se habló y en cambio qué poco sabíamos de la bulímica Lady Di y su soledad romántica. Siempre pensamos que vivía un affaire con Dodi Al Fayed y al parecer solo se trataba de pasar un buen verano a cuerpo de rey, eso que hacen muchos VIPs que no quieren usar su tarjeta de crédito. Hasta que una medianoche te meten en un coche con un chófer borracho. Sus amigos aseguran que el verdadero amor de Lady Di fue el cirujano paquistaní Hasnat Khan. La historia del mundo está cosida por amantes mudos agarrados a un bisturí. Su nuera, a la que nunca conoció, y su hijo han celebrado de la mejor manera el veinte aniversario de su muerte: con un documental y un embarazo. Kate no se parece a ella. Responde al tipo de mujer que no conoce el Citalopram ni el Orfidal y que se levanta contenta, no en vano fue criada por unos padres que regentaban una empresa de fiestas de cumpleaños con castillos de cupcakes. Pero ahora le rinde su mayor homenaje: las críticas que le han llovido por osar quedar embarazada una tercera vez, rompiendo la traición impuesta por Isabel II hace ya 58 años, la de que sus hijos tuvieran tan solo dos criaturas. No hay nada aparentemente más inocuo y cruel que la palabra “tradición”. Samuel Johnson hizo caber los dos polos en una frase: “las cadenas del hábito son generalmente demasiado débiles para que las sintamos, hasta que se hacen demasiado fuertes para poder romperlas”. Pudiera haber escrito “cortarlas”.

Publicado en La Vanguardia

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