En Barcelona, las mesas, en las terrazas, suelen estar mucho más separadas que en Madrid o en Cádiz, y el interior de muchos bares mezcla el olor de fritanga con el de viejas cafeteras a punto de desangrarse, junto a esa nota alta de lejía. Pero esta ciudad, que algunos creyeron temerariamente que estaba de moda, ha combinado con singularidad el orgullo identitario con una gran atracción por la vanguardia que acaso la ha distraído en el arte de abrillantar sus tesoros. Como si estuviera mal visto pavonearse del pasado. En todo afán obsesivo de modernidad habita un espíritu provinciano. Y sobre todo cuando lo moderno se limita al envoltorio y rehúye de su verdadero significado, una mentalidad abierta que podría resumirse con tres verbos: mirar, admirar y olvidar.
Algo de ello tiene el Macba, en su vocación para combatir lo perenne y criticar la propia disciplina artística. Mientras avanzo por sus rampas blancas, me siento como dentro de una instalación de Juan Muñoz, eso sí, en lugar de sus hombrecillos clónicos y uniformados, ahí estamos nosotros vestidos con telas de colores, formando parte de las atmósferas efímeras que se adueñan de la sala donde se expone la antológica de Benet Rossell. Pero donde hallo la auténtica revelación es ante una obra de la colección permanente. Se titula 48 portraits. Su autor, Gerhard Richter; su impacto, la historia en mayúsculas; su silencio, la ausencia de mujeres. Todos los personajes del cuadro son fundamentales en la historia cultural contemporánea (desde Chaikovski hasta Einstein, pasando por Von Hofmannsthal o Thomas Mann). Todos nacieron hacía finales del XIX y murieron a mediados del XX. Ahí está la mirada perdida de Rilke, el halo misterioso de Kafka, las sonrisas de John Dos Passos y Samuel Beckett, la fuerza de la vida prendida en el óvalo de Mauriac, la máscara de Gide. 48 prohombres, algunas de cuyas fotos —como la de Wilde, de Stravinski o de Ortega— están prendidas en nuestra memoria. Según lo que he podido leer de la obra de Richter, el desafío del proyecto no podía estar más lejos de la ocupación de sus personajes, de sus méritos y del proceso de selección de estos. Lo único que interesaba al artista era «la organización formal de una serie de imágenes construida sobre la posición de las cabezas de los personajes, de la misma escala y tamaño». Richter asegura que sin modelos no podríamos saber nada de la realidad. Pero si los modelos nos permiten conocer la realidad, ¿por qué elegirlos sólo por la posición de los rostros o el tamaño de las imágenes? E incluso aceptando que se trata de una selección inconsciente, el silencio de las mujeres, históricamente siempre «fuera de cuadro», es tan elocuente que redunda el impacto de estos 48 retratos, una obra capaz de remover ideas y emociones en una mañana de museo, razonablemente feliz.
Las mujeres silenciadas…o que han necesitado de un varón al lado para ser consideradas algo siendo inteligentes, cultas y valientes. Más que sus maridos, incluso. En fin…pero hay excepciones, muy poquitas y son nombres que brillan al lado del de un hombre: Curie, Zenobia o Lou Andreas Salomé.
Si no, mira el libro de Nieves Herrero “Las olvidadas”. Pero hoy también. Hoy la ambiciosa es una trepa, la lista es una cabrona, la mujer con carácter es insoportable. A las mujeres nos están todavía prohibidas muchas cosas. Ser sinceras, por ejemplo. Menos mal que existen los blogs