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Escritores de romería

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Madrid quema, y las rosas del Retiro se cocinan a un sol rabioso. El aroma a pétalos marchitos y a verdor hervido acompañará a los escritores en su romería durante este verano en primavera. Ayer se inauguró “realmente” la Feria del Libro –que los monarcas detallen los títulos que compran ya forma parte de un principio mediático y simbólico, ignoro si moral–. Creada en la II República como parte de los festejos de la Semana Cervatina, la Feria renueva su besamanos y ofrece libros recién salidos del horno, donde los denominados “autores” estamparan su nombre, cumpliendo con el ritual de la dedicatoria; el sector editorial, junto al orfebre y al de sábanas y manteles, fueron pioneros en inaugurar la tan manida “personalización”.

La canícula siempre ha estado ligada a la literatura. Insolación tituló Emilia Pardo Bazán aquella historia en la que una madura aristócrata gallega sufre un golpe de calor en una feria y queda atrapada en la tela de araña de un encantador señorito andaluz mucho más joven que ella. Así de brava y moderna era doña Emilia. Las madames Macron han ido ganando terreno: alcanzan una edad en la que ya nada les sofoca. Como Isabel Allende, una de las protagonistas de esta edición, que regresa a Madrid con Más allá del invierno (Plaza & Janés). Hace un par de años, cuando publicó El amante japonés coincidiendo con su separación de Willie Gordon –27 años juntos–, declaraba que estaba abiertísima al amor y que las veces que había tenido amantes “había sido rebuenísimo”. Allende trae siempre cola. Las filas de lectores ante las casetas provocan feísimas comparaciones. Los famosos suelen arrasar, aunque les hayan escrito el libro, mientras que algunos autores mayúsculos y minoritarios deben refugiarse en el teléfono.

En 1977 la prensa madrileña afirmaba “hay más editoriales que partidos de derechas”. Ir a ver escritores se había convertido en un pasatiempo noble y adquiría un beneficio simbólico y reparador, más allá del fetichismo. Algunos se resistían, como el Delibes misántropo a quien le fastidiaba desplazarse cada mayo desde su querido Valladolid. Se cuenta que, en una ocasión, un admirador le pidió una dedicatoria para él y su perro. Delibes, molesto, le contestó que los perros no disfrutan de la lectura, a lo que el orgulloso amo le replicó que el suyo sí, y que, de hecho, él mismo le leía pasajes de sus obras. “Pues fírmeselo usted mismo”, resolvió. Uno de los autores más esperados en esta edición es Juanjo Millás con Mi verdadera historia, un libro de pasaje y anclaje, el retrato de un adolescente osado y frágil que no se suelta desde la primera página. Millás, cada vez más ajeno a las fiestas de escritores, tiene la agenda saturada. Le pregunto si se siente a gusto en la caseta: “Cuando estoy dentro, tanto si firmo como si no, me acuerdo de cuando de pequeño me mandaba mi madre a la tienda de ultramarinos a por un cuarto de galletas hojaldradas y 200 gramos de chóped. Me parecía a mí que el dependiente, por el simple hecho de encontrarse al otro lado del mostrador y de manejar con aquella seguridad la cortadora del bacalao, había llegado, signifique lo que signifique llegar. Creo que todo lo que he hecho en la vida tenía que ver con el deseo de alcanzar el otro lado del mostrador. Podría haberlo alcanzado cortando el bacalao, pero, mira por donde, vendo libros”.

Entre las firmas más esperadas se cuentan el reciente Premio Alfaguara Ray Loriga, Enrique Vila-Matas, David Trueba, Javier Marías, Rosa Montero, Joël Dicker, otro de los ilustres visitantes foráneos, o Fernando Aramburu, cuya Patria (Tusquets) se lo come todo. Pocas mujeres tienen programadas sesiones intensivas, entre ellas: Cristina Morató y su vida de Lola Flores o Julia Navarro, que siempre arrasa. Cayetana Guillén Cuervo debuta con Los abandonos (La esfera), libro apuntalado en la saudade de Pessoa, intimista y sincero, que aborda el duelo, la pérdida y la construcción de nuestro propio abandono. “¿En qué momento se me escapó la vida?” se pregunta Guillén Cuervo al certificar que todos tenemos las mismas cartas y que los atajos no existen. O que el calor es el mismo para todos.

Publicado en La Vanguardia

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