Saltar al contenido →

Mujeres de ideas

captura-de-pantalla-2016-12-18-a-las-9-49-55

Es la voz de una mujer que escribe. Dice cosas durísimas desde la puerta de atrás. Que la indiferencia del mundo fue difícil de soportar para hombres como Keats o Flaubert, pero “en el caso de las mujeres fue la hostilidad”. Que la historia de la oposición de los hombres a la emancipación de las mujeres es más interesante quizá que el relato de la emancipación misma. Que las mujeres han sido espejos mágicos dotados del poder de reflejar la silueta de un hombre a tamaño doble.

Es la voz de Clara Sanchis -amiga, actriz y articulista de La Vanguardia-, que hace un tiempo entró en las costuras de Virgnia Woolf. La primera vez que leyó “Una habitación propia” tuvo insomnio. Este verano regresó a su lectura, pensó que pedía a gritos ser dicho sobre un escenario y lo compartió con la directora María Ruíz con muchos tés y algunos whiskies. Reeditado con mimo este año por Elena Ramírez en Seix Barral, el texto es un gran desconocido, aunque el eco de su título resulte tan familiar; como el del “Ulises” de Joyce.

El movimiento feminista se apropió de la obra como mantra. Se trataba de dos conferencias impartidas por Woolf en dos sociedades literarias que le pidieron que hablara de las mujeres y la novela, hiladas. Era 1928. Una mujer no podía entrar en una biblioteca si no iba acompañada de un hombre. Tampoco podía beber alcohol o fumar tranquilamente en una butaca de terciopelo. La propia Woolf debía de aceptar trabajos alimenticios y halagar a quienes se los ofrecían. Su mensaje, tan pragmático como lúcido: las mujeres necesitan un mínimo de 500 libras al año y una habitación propia para escribir, para vivir, para ser. Llegó a decir que era más importante que el derecho a votar, y pidió excusas por ser tan materialista.

El pasado 5 de diciembre, en la sala pequeña del Teatro Pavón Kamikaze, dirigido por Miguel del Arco, Clara, María y Virginia tuvieron una habitación propia. A un palmo del espectador, respirando el mismo aliento -una experiencia cada vez más en boga en los teatros de Madrid-, la actriz lagrimea, ríe o toca el piano con la misma destreza con la que hace reír o emociona. Trágica, irónica, convincente, traslada la compasión a los hombres, les exculpa de lo que incluso ellos nunca decidieron, mecidos por el sistema, como parte de la corriente domesticada.

Sin publicidad y apenas presupuesto, el boca a oreja corrió rabioso, y todas las entradas, hasta el 26 de diciembre, están agotadas. Ya está asegurada su reposición en primavera, cuando la actriz haya terminado la segunda vuelta de “El Alcalde de Zalamea” en El Teatro de la Comedia de Madrid.Y luego “Festen” de Thomas Vintenberg, en marzo, con el Centro Dramático Nacional, versión y dirección de Magüi Mira: “alias mi madre, con la que hace 15 años que no trabajo y lo estoy deseando”, asegura.

Clara es hija de cómicos en el mayor sentido: la bergsiana Magüi Mira, y el beckettiano Sanchis Sinisterra. Parece surgida del pincel de los prerrafaelitas o la bohemia aristocrática de Bloomsbury. Pasea su finura con su inseparable ironía, y una voluntad de vivir en minúsculas. Y es tan creíble como Woolf que como Santa Teresa, que interpretó a las órdenes de Mayorga. “Las actrices siempre estamos haciendo teatro de emociones, y es muy difícil que accedamos a personajes de ideas. Yo querría hacer Julio César o Hamlet, no de Ofelia, que se suicida… Nuestros personajes giran entorno a los hombres, casi siempre son enamoradas. Por ello hacer de Virginia o Teresa es un regalo, ambas son mujeres con un enorme sentido práctico, porque las dos ven con claridad la importancia de que las mujeres tengan recursos materiales”, asegura Sanchis, a quien siempre le acentúan, incorrectamente, el apellido.

En una de las funciones, donde los pies de la primera fila entran en escena, cuando la actriz les dice a las mujeres que no han hecho ningún descubrimiento importante, que no derribaron imperios ni escribieron las obas de Shakeaspeare, y pregunta “¿qué excusa tenéis?”. Una mujer madura, en el instante de silencio, suspiró profundamente y exclamó “¡Ay…!”; Sanchis paró la función y asintió con la cabeza: “y seguimos la función la señora y yo”. Hace unos años probablemente se hubiera dicho, a la manera de Santa Teresa, “esto es un disparate de mujeres”. Hoy, con la urgencia de barrer los últimos prejuicios, hombres y mujeres agotan las entradas.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

Un comentario

  1. Marísa Aparicio Marísa Aparicio

    ¡Me encanta! ¿para cuándo en Barcelona?

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *