Anoche me quedé embobada mirando a la mujer del tiempo que, tras las noticias del nombramiento de Perro Rabioso Mattis como nuevo secretario de Defensa de Trump y las evasiones de impuestos de cracks modelos de calzoncillos, logró que nada pareciera urgente. El día, ya vencido, dejaba sus sobras a merced de la meteorología. La mujer se movía junto al mapa agitando los brazos, a la manera de los actores de teatro infantil, y decía: “Vientos del este, corrientes caucásicas…”. Los minutos frente a la pantalla se hacían mullidos, una suculenta ración para el subconsciente; daba gusto recorrer el archipiélago balear o atravesar el sudeste peninsular acompañada por aquellos gestos arrolladores. Palabras de goma de borrar que traían ecos de viajes largos por carretera o excursiones de montaña, nombres de lugares que aprendimos en las aulas y se nos quedaron grabados con familiaridad, aunque nunca los hayamos pisado, al igual que los campos de fútbol españoles cuya letanía –“Benito Villamarín, La Rosaleda…”– nos trae el regusto salado de las pipas.
El pronóstico del tiempo ejerce de igualador social. La furia del cielo impacta en la cadena productiva. Y en la vida privada: saber si vendrá lluvia o sol sigue influyendo en decidir si saldremos a comernos el mundo o nos ahuecaremos en el sofá. “Dar el tiempo” –no podía expresarse de mejor forma– es un acto que aún pareciendo tan cotidiano no deja de ser excepcional. Nos conecta a diario con las cordilleras, las isobaras o las desembocaduras de río; nos coloca el mapa enfrente, igual que una pizarra, y nos ubica más allá de nuestra burbuja. Es un lapsus de geografía, naturaleza y paisaje, como un islote en medio de parrillas ardientes que, a pesar de la simplicidad escénica, sigue enganchando al espectador.
Que estos espacios televisivos sobrevivan, cuando todos hemos descargado en el móvil una app, informa acerca de la durabilidad del formato, también de que todos llevamos un meteorólogo dentro. Desde el memorable Antoni Castejón hasta Tomàs Molina en TV3, o José Antonio Maldonado y Paco Montesdeoca desde Prado del Rey, los hombres del tiempo han ejercido de agentes de influencia, y los hubo que en verdad parecían magos astrónomos, mientras que otros producían fobia al no acertar en sus pronósticos y alterar los planes familiares. El reciente premio Ondas a Mònica López, de La Seu, directora del departamento del Tiempo en TVE, reconoce la salud del género a la vez que su actualización. Porque en la viveza de esta meteoróloga televisiva sobresale una gestualidad hipnótica.
Hoy, la verbalidad pierde destreza, y el lenguaje toma prestadas las manos como hacen los niños en sus selfies playback, moviendo los dedos arriba y abajo, sin mapas, e igual que muchos adultos levantan innecesariamente el pulgar cuando se les dice que mañana saldrá el sol.
(La Vanguardia)
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