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Autoengaños

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El ser humano, a pesar de todo, se quiere. Incluso el depresivo, que halla razón para morir un poco cada día, toma su pastilla para vencer la bilis negra que lo corroe. Enmascaramos la realidad con fogonazos de ilusiones que se evaporan una vez las conseguimos. Creemos que la edad viene de otra parte, como asegura Marc Augé en un librito delicioso, El tiempo sin edad (Adriana Hidalgo Editora), “que las cosas han cambiado sin pedirnos nuestro parecer y es la razón por la cual no las reconocemos”. Nos atrevemos a decir: este libro ha envejecido mal, aunque seamos nosotros los que hemos variado de percepción con el paso del tiempo. Y a pesar de que las cosas no vayan mal del todo, hay noches en que nos sentimos como una auténtica piltrafa porque alguna emoción nos ha noqueado; noches en las que prevalece un abatimiento que nos ha secuestrado por encima de la verdad.

La palabra del 2016 según el Diccionario Oxford, post-truth (posverdad), ha sido profusamente utilizada para entender el nuevo mundo que desafina –el Brexit, Trump y el auge del populismo de extrema derecha–. Aseguraba The Economist que el presidente electo es el principal exponente de la política de la posverdad, que se basa en frases que “se sienten verdaderas, pero que no tienen ninguna base real”.

Me resulta imposible afirmar que lo factual es menos influyente que lo emocional. Pero no cabe duda de que vivimos instalados en la era del fake: importa más la apariencia que la autenticidad. Y por otro lado, parece que la verdad no interesa a esos votantes que, sacudidos por un vendaval nostálgico, alimentan pasiones temerarias: reivindican un pasado que no han conocido y utopías ya disipadas: la de un mundo lavado en seco, que no se arruga ni encoge.

Dicen que los hombres mienten seis veces al día y las mujeres tres. “Sin mentiras la humanidad moriría de desesperación y aburrimiento”, aseguraba Anatole France, que pese a su provocadora afirmación apoyó incondicionalmente a Zola con su “Yo acuso” en el caso Dreyfus. Tanto, que devolvió su Legión de Honor cuando la condecoración le fue retirada a su colega debido a su alegato en favor del capitán, de origen judío, falsamente acusado de alta traición. Si en aquella época, las emociones y creencias dominantes se hubiesen pesado, Alfred Dreyfus no hubiera sido rehabilitado. Se hubiese tratado de un caso de posverdad avant la lettre, pero al engaño y al descrédito se les enfrentó entonces la verdad, fría, incluso a contracorriente.

Hoy, a tenor de los enardecidos populismos que desprestigian el sistema, la aceptación de la posverdad demuestra cuánta ansia y predisposición existen para disculpar la mentira hasta tragarla con gusto, pura experiencia posmoderna.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

Un comentario

  1. Ramón Ramón

    Satya

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