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Entre brocantes y hipsters

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Mientras los megáfonos del Black Friday multiplican sus promesas de un mundo feliz a mitad de precio, los mercados madrileños invitan a educar el ojo para que flote con delicadeza entre los puestos gastronómicos o artesanos que representan un triunfo de la levedad. “El cerebro duerme, quizá, mientras el ojo observa”, escribía Virginia Woolf con su solvencia impresionista en el relato Sin rumbo por las calles: una aventura londinense, donde recrea el paseo de una tarde con la excusa de salir a comprar un lápiz. Woolf contaba cómo puede fantasearse construyendo todas las habitaciones de una casa imaginaria y amueblándolas a voluntad para después sentirse felizmente liberado de la obligación de poseerla.

Lámparas italianas, esculturas de papel maché, vajillas vintage y fundas para el móvil de madera se mezclan en los puestos del Mercado de Motores –que se celebra el segundo fin de semana de cada mes en el Museo del Ferrocarril–, en el que los raíles desafían a la oscuridad invernal de la tarde mientras los paseantes revuelven entre antiguallas o moderneces y conectan con esa fascinación infantil por el desván. Me cuenta su promotora, Teresa Castaneda, que se lanzó porque “el momento de los grandes centros comerciales se había estabilizado –hubo un momento en que abría uno cada 5 km en la M-40– y el público demandaba propuestas alternativas de compras y ocio más urbanas”. Y así, entre expresos con vagón restaurante que te transportan mudos a un pasado que ahora parece tan ingenuo como encantador, se afanan artesanos 2.0, nuevos panaderos de masa madre o insólitos cortadores de jamón, como Esther García, la productora de Almodóvar. “A Madrid apenas le queda patrimonio industrial histórico de entidad. Yo conocía el Museo del Ferrocarril, de ir con los niños; era un espacio no muy conocido y poco visitado, con lo cual podía sorprender por sí mismo, por su arquitectura y los viejos trenes, y mucho más, claro, gracias a una oferta de ocio y cultura novedosa en la ciudad”, añade.

En la última década la capital ha recuperado sus antiguos mercados. Todos llevan nombre de santo: el primero, el de San Miguel –construido entre 1913 y 1916–, junto a la plaza Mayor, atrae a los turistas con su colorido gourmet y sus paredes de cristal. En el de San Antón, en Chueca, puedes elegir el producto que quieras que te cocinen al momento mientras bailarines improvisados se arrancan en un flashmob. El de San Ildefonso, el primer mercado de abastos de la capital, se anuncia hoy como centro de “street market food”; y en el de San Fernando se pueden comprar libros al peso en La Casquería: a 10 euros el kilo. No es casual el renacimiento de los mercadillos –por todo el mundo– adecentando espacios públicos históricos. Por un lado, siempre han sido lugares atractivos tanto para conectar la memoria como para satisfacer el deseo. También suponen un reencuentro con la extravagancia del pasado, que en su día no advertimos. Pero los puestos de los mercados “alternativos” poco tienen que ver con aquellos lugares improvisados y pulgosos de antaño tomados por chamarileros: hoy se trata de consumir pero potenciando la fuerza del “hallazgo”, más que la búsqueda de la ganga.

Esta nueva práctica de modernos flâneurs, paseantes exigentes y disfrutones, forma parte de la llamada gentrificación, neologismo derivado del inglés gentrification referido al aburguesamiento de barrios en decadencia. Se trata de un fenómeno global, muy extendido en la vieja Europa, abanderado por el florecimiento de los mencionados mercados de diseño y gourmet –que no sólo anidan en las tripas de estaciones georgianas, como la Green Park Station de Bath, sino también en fábricas de gas renacentistas, como la Westergasfrabriek de Amsterdam. Entre brocantes hipster, flores, tomates ecológicos o preciosos cuadernos, han dado paso a una alternativa de consumo bien alejada de la uniformización del comercio global: las mismas marcas, los mismos escaparates, los mismos aromas corporativos en cualquier ciudad del mundo. En los viejos-nuevos mercados de Madrid puedes atrapar olores distintos que exaltan la curiosidad y fomentan la ilusión de que los desechos del tiempo se reciclan, como tú.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

Un comentario

  1. Carmela Carmela

    PARA ESTAS FIESTAS …ME VOY AL MERCADO DE MOTORES…PORQUE ALLÍ ME SIENTO VIVA….!

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