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Días ligeros

Sin título-6

Una niña de dos años es atropellada por un tren. Después de declarar el maquinista, el tren siguió su trayecto”. Así rezaba la noticia de un periódico digital, uno de los que te topas de madrugada en rincones de un rulo de información deglutida en píldoras escasas. No hay tiempo para pensar, se cliquea de forma mecánica, incluso hipnótica; sales de leer los restos de un asunto para ingresar en otro, algo parecido a las camas calientes que van alquilando a lo largo de las veinticuatro horas quienes sólo pueden pagar por un cuarto compartido. Pero esta vez no puedo sacudirme alegremente las sobras. El cuerpo de una niña de dos años, su pelo suave, la barbilla brillante, es arrollado por la máquina, sin embargo ni la vida ni el tren detienen su trayecto. La compasión no dura más de un instante para salvar el ánimo, aunque es probable que los viajeros más sentimentales de aquel convoy sintieran el horror, además de esa sensación que repiten los protagonistas de la soberbia obra de teatro Incendios, dirigida por Mario Gas: “La infancia es un cuchillo clavado en la garganta”.

Vivimos tiempos confusos, fragmentados, pero a la vez tremendamente ligeros. En su último ensayo, De la ligereza (Anagrama), Gilles Lipovetsky reflexiona sobre el hecho diferencial de que “el ciudadano hipermoderno ya no siente la ambición de cambiar el mundo”. Ante todo quiere respirar, sentirse más ligero. Si leen, buscan libros breves para viajar y periódicos que no resulten fatigosos, información sinóptica; series que entren como una bala, menos comprometedoras que las más de dos horas de un Scorsese, Fincher o Nolan. Nuestros archivos han escapado al peso de la materia y están en la nube, la nanotecnología deslumbra con su nueva magia y en nuestro universo cotidiano habitan palabras como despresurización y turismo espacial. Nuevos ícaros, pero sin aparente Sol que nos derribe.

Dice Lipovetsky que antes la ligereza consistía en un ideal de estilo o en un vicio moral, mientras hoy es una dinámica global, un paradigma transversal cargado de valor tecnológico, económico y existencial. La sexualidad libertina parece legitimada, pero la vida sexual de las parejas comporta la rutina de siempre. Nunca se había glorificado tanto la delgadez, pero tampoco nunca había habido tantos obesos: uno de cada tres en EE.UU. La ingravidez, la sensación de una vida que no pese, choca contra la superabundancia que a partir del marketing de lo barato invita a acumular. Y creemos que lo ligero es cool, mientras que la pesadez resulta un anacronismo del siglo XIX. Pero en verdad “la ligereza es escasa en nosotros y se pierde sin que podamos hacer gran cosa”, afirma Lipovetsky. Incluso la frivolidad y el desenfado, tan de estos días, son pura ilusión. Cuando salimos de internet, tanto de su anonimato como de la búsqueda compulsiva, regresamos a una realidad donde lo ligero se eclipsa, y los trenes, contigo o sin ti, continúan su trayecto.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

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