Flota un aire provisional en el apartamento alquilado de Elena Medel, en una callejuela tranquila detrás del Matadero. El sofá tiene una funda pistacho y el escritorio parece de estudiante, arramblado frente a la pared. En el tablón de corcho: fotos de Virginia Woolf, Jane Austen, Louise Bourgoise y una carta de Sophie Calle, su buen coro griego, junto a la huella de Sylvia –los escritores podrían dividirse entre los que tienen un libro de Sylvia Plath en su estantería y los que no–.
Debía de tener siete años Elena Medel (Córdoba, 1985) cuando apagaba el televisor para continuar el capítulo de dibujos animados por su cuenta. “Les daba a los personajes de la tele y de los libros de El Barco de Vapor la vida que yo quería”. Porque Elena Medel sólo tiene 30 años aunque de su poética brote una voz en la que los metales de la existencia ya han penetrado los órganos vitales con resolución. Ha publicado seis libros de versos, pero ha sido traducida a doce idiomas, ganadora de varios premios, el Loewe el último. Asegura que ha habido épocas en las que ha llegado a escribir un poema al año. Y entre Tara y Chatterton pasó ocho años muda. “Todos mis poemas me parecen una mierda, por eso tardo tanto en publicar, es algo muy femenino”. Ahora puede tener en marcha cinco o seis poemas a la vez. Su escritura es anárquica: puede que primero aparezca el título, después una imagen, o un quiebro que halla en la lectura de otro escritor y la hace saltar a su poema con un nuevo impulso. No le preocupa la lentitud. “Los libros tienen que tener el ritmo que pidan. Si de repente me pongo a escribir es porque ha surgido esa urgencia”. A su favor cuenta con su juventud y su temple: se salvó de la precocidad, que no la devoró, trazó planos en perspectiva.
Promueve la literatura a todas las escalas, ahora anda enfrascada en un Antología de cien poetas españolas y tanto el espacio físico donde vive como su escritura está rodeada de autoras femeninas que se antojan casi presencias vivas. “Anne Sexton me ayudó mucho en Chatterton”, asegura. O “después de leer el Y no de Idea Vilariño, lloré”. Acerca de los modelos femeninos, afirma que le costó encontrar los que la identificaran. Uno de ellos es Ángela Figuera: este año se cumple su centenario y se reedita su Belleza cruel. “No es fácil encontrar a estas desconocidas que tuvieron vidas excepcionales; hay pocas mujeres con visibilidad. Los editores de poesía son hombres”. A ella el látigo del verso le llegó con Lorca: “Me deslumbró, no lo entendí, pero me permitía soñar, me despertó las ganas de decir”.
En el 2004 creó su propia editorial de poesía, La Bella Varsovia, con la que no pierde dinero y publica a jóvenes como Luna Miguel o Alberto Acerete y a veteranos como Ana Rosetti, de quien ha conseguido su regreso tras ocho años de silencio con Deudas contraídas. En una moleskine tamaño cuartilla anota a diario lo que se le ocurre, una idea, un verso, un cuadro, “para ver si surge algo de ahí”. Se levanta pronto, entre 7 y 8, toma un té de lata Hornimans, no le gusta el café. De día atiende la editorial, su casa ejerce de almacén. La creación tiene que ver con la última hora de la tarde y la noche. “Cada vez me gusta mas corregir, eliminar, callar, el momento en que el poema empieza a hacerse es el momento en que empieza a prescindir de cosas”. La poesía es una mirada, puede hallarse en cualquier género”. Bebe tres CocaColas diarias, “te vienes muy arriba”; tiene mantas de colores en el sofá, lámparas de papel en el techo y se pinta los labios de rojo, los ojos de verde. En su poesía, los colores se deshacen: l’amour est bleu.
(Cultura|s, La Vanguardia)
l’amour est bleu
blue is the warmest colour…
editorial de poesía que no pierde dinero, notable y estimulante