Vidas despedazadas. Chicas de melena suelta y mochila de nailon a quienes la carretera les arrebató una vida por delante con todo lo que cabe en ella a los veinte años: sus noches de insomnio y sus fantasías amorosas, los libros y los amigos nuevos, las dudas metafísicas, el vértigo de pensar que algún día podrían ser madres. Vivían el prólogo de su libertad adulta, conscientes del goce y las incógnitas. Pero no pudieron pasar página. Sus padres las soñarán durante años; acaso se despertarán algún día y medio adormilados pensarán que todo ha sido una pesadilla hasta que la luz de la mañana los sacuda con violencia. Y de nuevo se dirán que todas las promesas puestas en ellas se desvanecieron en aquel quiebro de volante, una madrugada lechosa.
Bélgica y los atentados. Jóvenes y adultos desnortados, aturdidos, heridos. Hemos visto sus fotos en los periódicos durante esta Semana Santa mientras se escuchaban, de fondo, los tambores y cornetas de los armados. El rito cristiano de la muerte de Jesucristo ha acompañado en el tiempo al funeral de esta Europa amenazada que sangra por los costados. El dolor no entiende de lógicas: su naturaleza es imperialista cuando invade un cuerpo, un autocar de madrugada, un aeropuerto, la ciudad de Bruselas, los sentimientos de sus ciudadanos. El dolor conecta con la médula de la soledad y aísla a quien lo padece. Fractura el tiempo, las horas carecen de sentido pero a la vez son las únicas aliadas para algún día poder recuperar el sosiego.
Todos ansiamos ser fuertes. Recomponernos. Sacar pecho. Resiliencia –la capacidad de sobreponerse a la adversidad– es uno de esos términos que hace apenas una década la mayoría de la población desconocía, excepto los psicólogos, por mucho que el ser humano se haya esforzado desde el principio de los tiempos por superar los embates del destino, anestesiando el sentimiento de que la vida es imprevisible, arbitraria e incluso ridícula. El desastre nuclear de Fukushima marcó un punto y aparte, y brotó de nuevo el término que ha servido para hablar del abismo de la crisis, la sinrazón de los atentados terroristas o los accidentes. Una sociedad resiliente es una sociedad de futuro, nos dijimos.
Pero no nos resulta fácil sobreponernos a los reveses, aunque la teoría y los ejemplos heroicos de los que han superado cornadas sean ejemplares. Nuevos estudios ponen en duda que la resiliencia sea la respuesta más común en el ser humano. Lo escribía una lectora que había perdido a su hija en la sección de cartas de este periódico: esos padres tendrán que buscar la mejor forma de sobrevivir.
Morir en la carretera. Morir en el metro en manos de fanáticos que extienden el terror fascista: azar o destino. ¡Cómo vamos a apelar a la resiliencia, al coraje o a la valentía! El duelo requiere tiempo, memoria y amor. También poder dejarse de preguntar: ¿por qué? Ninguna respuesta es válida.
como comprender lo incomprensible…
esos ¿descerebrados? suicidas
esas descerebradas que reclutan mujeres para ellos
tal vez el terrorismo pretendidamente islámico sea una parte + de la vida actual, como los muertos en carretera