¿Cómo no iba a llenar las portadas el bebé de Podemos, que para la ocasión vistieron con un pelele y un jersey de ganchillo rematado por dos lacitos, bien al gusto de las canastillas clásicas? Los recién nacidos son uno de los trofeos de nuestra sociedad cansada: la promesa de una vida por delante, inmaculada, tan glorificada con su olor a piel de cuna. Podemos recibía su bautismo de escaño, y en la investidura del presidente de la Cámara se presentó con pañales y mantita, de brazos en brazos, a por la portada de The Guardian. La criaturita de Carolina Bescansa fue una oportuna lección de marketing político que elevó moralmente a los de Pablo Iglesias, gente comprometida con la teta. En un inicio de legislatura tan de bolero, convenía entrar con toda la cacharrería, aunque ataviados con las formas de la socialdemocracia nórdica. Aquellos profesores solteros que por fin soltaron toda la teoría y empezaron a ejecutar golpes de impacto ofreciéndose como garantes para limpiar las tapicerías embarradas, son ahora diputados que han pasado de la bronca a la puericultura.

Mucho se ha hablado del astuto gesto, tan a lo Zapatero, como cuando enmudeció al Ejército español bajo al mando de una ministra con bombo y tacones, Carme Chacón, acaso uno de los actos más solemnes de promoción de la maternidad. Chacón ha recordado que nadie se enteraba cuando ella le daba el pecho a su recién nacido en un despacho silencioso. Y desde varias asociaciones de mujeres progresistas se ha venido a argumentar que no era necesario. Porque entre los privilegios que engrosan el estatus de diputado, además de tener rebaja en el billete del AVE , y gin-tonics a tres euros, sus señorías pueden dejar a sus bebecitos en la guardería del Congreso por el módico precio de 150 euros al mes (en vez de los 260 euros que le cuesta a quien gana lo que ellos una pública en Madrid o los 500 euros por los que, de media, puede salir una privada).

Actualmente, la mitad de las mujeres que trabajan no tienen hijos. Y una tercera parte de las que tienen dos acabarán dejando su puesto de trabajo ante la imposibilidad de conciliar. También algunas profesionales hiperpreparadas renuncian a la independencia económica, con el beneplácito del prestigio social, acuciadas por la presión de una maternidad cada vez más mitificada.

La neuropolítica acostumbra a fijar mensajes, pero luego se quedan vacíos. ¿Por qué estos políticos engallados no dejan de pensar por un rato en lo que sucede entre ellos y se ocupan de lo que ocurre en la calle, en lugar de montar su show? La imagen de Bescansa ha provocado mucho ruido, aunque dudo que ejerza influencia alguna, ni tan siquiera como guiño animoso a las miles de madres asfixiadas que siguen preguntándose acerca de la trampa mortal que se esconde tras la palabra conciliación. Sus vidas minúsculas no entienden de golpes mediáticos.