Ambos deben saber sonreír con naturalidad, a pesar de hallarse en un ambiente artificial, un plató de cartón piedra que se monta cada cuatro años a la manera de un no lugar para ofrecer las debidas garantías: la ilusión de neutralidad. Cuando uno no se quiere complicar la vida, apela al minimalismo y se queda tan pancho, o mejor dicho, adormilado con los blancos nucleares y los grises del nodo. Más de un espectador llegó a pensar que a continuación saldrían Iñigo desde el Florida Park o José Luis Fradejas en La juventud baila. Y ese trago de nostalgia emborronó el paso del tiempo.
El súmmum del pensamiento abstracto llegó, como acostumbra a ocurrir, en un lapsus: “Es una afirmación, Ruiz”, le espetó el presidente al candidato. Porque, para este señor de Pontevedra, Sánchez es Ruiz o Pérez, da igual, un apellido más, un don nadie, tan diferente de Rubalcaba, con quien se podía medir sin temer que le tocaran la decencia.
Encima de la mesa hallamos un interesante símbolo para interpretar, y no es el papeleo de números y gráficos anacrónicos que se utilizan tanto a favor como en contra. En la mesa estilo Frozen no hay ni un vaso de agua. Ese sí que es un mensaje profundo, porque un debate sin agua es como una fiesta de cumpleaños infantil sin caramelos. ¿O es que se trataba de una prueba de continencia? No la hubo. Pero incluso los insultos fueron de guión. Se trataba de manipular con empatía y deformar ideológicamente la realidad, one more time.
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