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Política de ‘black friday’

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Pablo, Albert, Pedro y, más recientemente, Mariano se han colado por el desagüe de nuestras vidas. Comen y cenan con nosotros, sin importarles que el mantel sea de hule; nos cuentan dónde compran la ropa, cómo se enamoraron de sus mujeres o qué les preguntaron sus hijos el día después de los atentados de París. “Los políticos son personas iguales que las otras; que lloran, que ríen, que…”. Les ahorro el resto de lugares comunes a los que recurrió Rafael Hernando en el canal 24 Horas para justificar la gira promocional de su candidato (y del resto). La coartada pone en juego un verbo que tiene su côté perverso: humanizar. Ahora sabemos que sudan, si beben cerveza o gin-tonic, que les gusta el picante, si son futboleros o cinéfilos, que no concilian vida laboral y familiar… aunque, aun y así, paseen a sus hijos bajo los focos e incluso les dan un par de collejas, como Rajoy, cuando el chaval dice la verdad. No conocemos en cambio cuál será su posición exacta, si gobiernan, frente a la amenaza yihadista, ni tampoco han aclarado qué harán con respecto a las millonarias y controvertidas ventas de armas a países como Arabia Saudí, Egipto, Israel, Venezuela o Ucrania, pese a la auténtica psicosis en la que anda sumido el mundo. ¿Y con los refugiados sirios?

Es como si emularan el black friday en versión política y prenavideña; no en vano votaremos con el árbol puesto. Una de las posibles explicaciones al término anglosajón, inevitable estos días, no tiene nada de oscuro, sino más bien de luminoso: gracias a ese magnífico día de ventas, las cuentas de los comercios norteamericanos pasaban de números rojos a negros. Y en un momento en el que la mayoría de nuestros líderes –salvo Albert Rivera– están en números rojos en lo que a confianza ciudadana se refiere, sus directores de campaña y asesores han comprendido que la táctica comercial del viernes negro funciona a la perfección de cara a las elecciones: tremendos descuentos (en su caso en lo que al discurso político se refiere) y la felicidad prometida a cada elector de que, con tanta oferta, encontrará su producto a medida.

Y, así, la política española se ha exhibido hasta en la sopa, igual que cuando los artistas promocionan su nueva película o disco y aceptan hacer todas las payasadas que exigen los formatos televisivos de éxito. No basta con responder a preguntas, sino que tienen que ejecutar una coreografía, comerse un insecto o cocinar una fabada. Estos días los candidatos se turnan entre el mullido sofá de Bertín –con sus chascarrillos de ligón maduro–, que incluso arrancó anécdotas de la mili a un Pedro Sánchez casi jerezano, y el potro de tortura de Ana Pastor. Ahí están, a cualquier hora, como los anuncios de turrón que vuelven a casa por Navidad, con la salvedad que ellos llegan para quedarse cuatro años.

(La Vanguardia)

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