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‘Don’t stop’

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En las aulas de bachillerato se reflexiona sobre la amenaza mundial del yihadismo. Los profesores más comprometidos en transmitir conocimiento y valores procuran crear debate para que los chavales opinen y arriesguen, laven prejuicios, vistan miedos, se equivoquen. En un colegio de élite de Madrid, una mayoría exclamaba “¡qué pena!” , e inmediatamente regresaba a sus chats y sus notas de corte, a sus urgencias hormonadas, a sus “mola mazo”. Y a levantar la mano preguntando si era seguro ir a ver el Real Madrid-Barça al Bernabeu. En los institutos de Lavapiés o el Raval la expresión de la pena es un mínimo esbozo: allí la realidad golpea de otra manera a una edad en que la muerte debería ser un lejano horizonte. En París, estos días, algunos jóvenes musulmanes han tenido que reafirmarse, como esa chica francesa con velo que fue increpada en el metro hasta el punto de tener que repetir: “Soy francesa, soy francesa”.

Tras el ataque a Charlie Hebdo, nuestros vecinos aceleraron el proyecto de una asignatura que educara a los jóvenes en los “valores morales y cívicos” tanto en primaria como en secundaria; ríanse de nuestra “educación para la ciudadanía” pero, se llame como sea, parece más urgente que nunca. Que una religión pueda perseguir a otra, incluso a toda una civilización, pone de manifiesto la necesidad de acogerse a principios superiores y comunes: una ética común, laica, más allá de la familia o de un dios.

Los nuevos ataques y la psicosis que hace temblar a Europa reavivan el reclamo de la educación para combatir la barbarie. Régis Debray lo resumía nítidamente: “El desierto de valores en que vivimos saca a relucir los cuchillos”. No hay dimisión más cómoda que la indiferencia: desde las alturas y a pequeña escala. Pero afortunadamente hay gente que no dimite y vuelca su compromiso con el cambio social, como esas organizaciones de jóvenes que trabajan con los estudiantes más desfavorecidos para que no tiren la toalla. Pedagogía necesaria para visibilizar una realidad velada y cargada de clichés. Es el caso del documental No t’aturis / Don’t stop, financiado mediante crowdfunding (www.vkm.is/notaturis) y dirigido por Aïda Torrent. Durante un curso, sigue a cuatro chavales del Institut Milà i Fontanals del Raval –de origen catalán, bengalí, colombiano y filipino–, que desde su realidad cotidiana van abocando sus ideas, sus temores, sus deseos y sus dimisiones en pleno rito de pasaje: el final de la adolescencia. “Damos el testimonio de que aquí hay muchos jóvenes que se lo curran, pero que no tienen las mismas oportunidades que los otros. Queremos que frene el abandono escolar, que sea útil y motivador”, cuenta Albert Baquero, productor del filme. No hay otra artillería más eficaz que la formación para asegurar el futuro y combatir el fanatismo. Cuando un joven se detiene, deja los libros y cree que ya lo sabe todo, la sociedad entera retrocede.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

Un comentario

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