Hace ciento sesenta años de ello, pero los enigmas de la vida y la personalidad de la última superviviente de aquella familia de seis talentosos hermanos, huérfanos de madre, que siguieron al padre clérigo a un pueblo en medio de los páramos de Yorkshire abofeteado por el viento y apelmazado por la bruma, siguen siendo noticia, acaso porque sus destinos trágicos parecen calcados a sus novelas góticas.
En la prensa británica leo un hecho curioso: “La Sociedad Brontë está sumida en el caos después de que Bonnie Greer, su ya expresidenta, utilizara uno de sus zapatos Jimmy Choo como martillo para tratar de poner orden entre sus miembros. Después llamó a algunos de ellos ‘estúpidos malévolos’”. El hilo del tiempo es indestructible, y hoy se invoca el nombre de Charlotte en Haworth rozando la locura, e incluso se identifica por fin su rostro. Expertos británicos acaban de autentificar un dibujo realizado por ella como un autorretrato. En poco más de cuatro centímetros, muestra, al carboncillo, una mujer de ojos grandes, boca perfilada y pelo recogido. Una dama victoriana. Su parecido con el retrato canónico realizado por George Richmond, que cuelga en la National Portrait Gallery de Londres, ha permitido concluir que se trata de ella: con una mano util bajo la barbilla, esquiva y delicada como a menudo nos la han descrito.
Es uno de los atractivos de una nueva biografía: Charlotte Brontë. A life, de Claire Harman. La vida de Brontë es tan literaria como su obra. El libro revisa el mito veinte años después de dos grandes biografías, y tras la publicación de sus valiosas cartas, que disecciona: cómo sus alumnos le lanzaban piedras o cómo llegó a aterrarle el peso de la celebridad después de Jane Eyre. También escribe del amor mal entendido por su profesor belga, que le hacía supurar hiel y personajes perversos.
¿Por qué, a medida que se va haciendo adulta, Charlotte se refugia por completo en la soledad de su imaginación, alejándose del mundo exterior y dimitiendo de la vida social? La investigación de Harman, profesora en Oxford y Manchester, incide en que la primera parte de la vida de Charlotte se lee como la historia de una Cenicienta literaria, condenada por su padre y afeada por su editor, George Smith, que le repetía su carencia de encanto femenino. Suscrita al drama y encadenada al desdén que sólo combatió con tinta mientras escuchaba el tictac del reloj, las historias acerca de su vida son una continuación de su obra literaria. Y de su imperecedera creatividad.
Creación humana / Alfonso Díez
Los matrimonios tardíos y las herencias cuantiosas dan forma al recelo. Siempre supimos que Alfonso Díez, el apuesto don nadie que acompañó a Cayetana de Alba hasta su muerte, no sería un viudo alegre. Ese aire alicaído ahora es representado por los medios como víctima, como si su herencia fuera la de todos. Permanece viva la tesis de Margarita Rivière: los medios son quienes se encargan de administrar la fe en esta nueva religión. Porque “la fama no es otra cosa que una creación humana”.
Sirena fatal / Jennifer Lawrence
Es la actriz mejor pagada del mundo, y tiene cierta afición a desbordarse de glamour. De la misma forma que Poiret nos liberó del corsé pero los diseñadores más gais y Madonna insistieron en reinstaurarlo, los trajes de cola permanecen como un secreto y fatal culto a las sirenas. La actriz volvió a estamparse contra el suelo en el estreno de la secuela de Los juegos del hambre en Madrid. Cola, encaje con volantes y tacones. ¿De dónde nace esa afición por jugarse el equilibrio?
Doble liberación / Raf Simons
Si hace algo menos de un mes, el genio belga con fama de torturado y obsesivo anunciaba su repentina salida de Dior, “por motivos personales” –aunque ha transcendido que ha preferido escapar antes de ser devorado por la presión del holding así como de los calendarios cada vez más salvajes de la moda–, ahora ha elegido un acontecimiento del Museo Guggenheim neoyorquino para salir del armario y presentarnos a su novio. Liberación. La moda terrible ya se ha comido a demasiados de sus enfants.
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