La experiencia está llena de giros que oscilan entre el infortunio y la suerte, el abandono y la gloria, y así le ocurrió a la prolífica autora aquella noche del 3 de diciembre de 1926 en la que su automóvil –que palabra tan antigua parece– apareció abandonado junto al lago de Newlands Corner. Su abrigo de pieles tendido en el asiento del copiloto, el equipaje en el maletero y alguna pequeña mancha de sangre hicieron temer lo peor. La inexplicable desaparición provocó gran conmoción en la opinión pública. Más de mil policías, quince mil voluntarios y varios aviones rastrearon palmo a palmo la zona donde desapareció. Once días después era identificada como una huésped del Swan Hydropathic Hotel en Harrogate, un balneario donde se había registrado bajo el nombre de Teresa Neele. La escritora, que después alegaría una extraña amnesia, afirmó no reconocerse en las fotos que publicaba la prensa y tampoco fue capaz de identificar a su marido cuando llegó a su encuentro. Nunca explicó nada de lo que le sucedió en esos once vaporosos días.
Hay quienes vieron el episodio como una suerte de venganza contra su marido Archibald, tras conocerse que pocos días antes de desaparecer le había confesado su amor por otra mujer, Nancy Neele –el mismo apellido que utilizó en su rocambolesca aventura–, y pedido el divorcio. Unos dijeron que quería avergonzarle públicamente, otros afirmaron que trató de hacerle parecer culpable de su desaparición, como si de una de sus novelas se tratase. También hubo quienes, a costa del inmenso éxito de El asesinato de Rogelio Ackroyd, denunciaron una sofisticada campaña publicitaria. Incluso algún biógrafo ha tratado de demostrar que sufrió un padecimiento psicológico denominado “estado de fuga” ante el shock de la infidelidad. Dos años después Agatha encontró al hombre de su vida, egiptólogo, Max Mallowan, con el que fue feliz… e incluso se afirma que dijo aquello que se non è vero, è ben trovato: para ser feliz cásate con un arqueólogo, cuanto más vieja te hagas, más encantadora te encontrará. Portentosa figura que, aún a día de hoy, mantiene la cabeza bien alta en las librerías y los anaqueles de mujeres –pocas– que murieron exitosas, ricas y felices.
Vuelta al sofá / Renée Zellweger
Pero, ¿quién echaba de menos a Bridget Jones? Esa caricatura que se vendió como “posfeminismo” y encarnó la crisis de las treintañeras a las que no les valía el éxito profesional si no triunfaban en el amor. Inseguras a pesar de sus cualidades, torpes, siempre a dieta, inmaduras y dependientes con los afectos. Helen Fielding se forró con el género chick lit, una mezcla de glamour y mala leche. Ahora, en su comeback, la tuneada Renée Zellweger demostrará si Bridget ha cambiado también.
A lo Botticelli / Maria Grazia Chiruri
Sobrevivir a Valentino, el modisto que enfundó en rojo a la mismísima alfombra roja, el modisto de realezas y prime donne, parecía un ejercicio ocioso. Pero quienes asumieron la dirección creativa de la firma en el 2008, Maria Grazia Chiruri y Pier Paolo Piccioli, se han erigido en virtuosos de la moda. Su último desfile parisino, inspirado en África, levantó aplausos y silencios admirativos. Esculpen una hiperfeminidad refinada: una especie de Botticelli en el café Costes.
Adiós en ‘noir’ / Henning Mankell
Cuando la editorial Tusquets nos descubrió al inspector Wallander los países nórdicos solo eran ejemplares en diseño y políticas sociales. Sin embargo, con cada nueva novela de Mankell, Suecia y noir se convertían en sinónimos. En el 2014 le diagnosticaron un tumor pulmonar con metástasis vertebral. “Moriré de esta enfermedad”, dijo, y así ha sido. Se ha ido tan negro como siempre: bromeando acerca de que la vértebra delatora de su mal es la misma que se rompe cuando te ahorcan.
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