Fue así como el modelo de profesor torturado, aquel que leía poemas de Auden con voz ronca pero besaba como si en lugar de lengua tuviera un embudo, entró en franco retroceso. Además de su fama de malos folladores, aquellos tipos capaces de traducir a Goethe o sintetizar a Kant también eran pobres como ratas. Futbolistas, actores, mecánicos hipster, top models o bomberos encumbraron un nuevo ideal erótico que se fue perpetuando en calendarios y anuncios. El último revuelo procede de Francia, donde unos deportistas hipermusculados salen desnudos en un calendario, y parecen absolutamente cómodos con su anatomía. Uno de ellos, Sylvain Potard, campeón de artes marciales, ha recibido incluso la atención de la exministra de Sanidad, que ha venido a decir: “Oh la là… ¡qué bendición!”. El señor Potard aparece sentado sobre unas dunas con una mirada serena, ajena a la pujanza con la que emerge su pene. “No hay ningún retoque”, ha tenido que afirmar, saliendo al paso de las acusaciones de Photoshop.
Pero con los nuevos códigos de este mundo hipersexualizado triunfa una nueva etiqueta social, la del sapiosexual, que, según el estudio de la Universidad de Maryland, acaba de un plumazo con la idea de que el intelecto está reñido con Venus. Todo lo contrario: demuestra que la actividad sexual estimula el crecimiento de nuevas células cerebrales mejorando nuestro ejercicio cognitivo. Aquellas personas provistas de ingenio, humor y empatía resultan más irresistibles y duraderas como amantes que los Míster Bíceps. Incluso el mítico calendario Pirelli –una sofisticada versión del almanaque para camioneros– ha decidido sustituir este año a las modelos ligeras de ropa por señoras de cabezas burbujeantes, y ahí están, retratadas por Annie Leibovitz, Patti Smith, Yoko Ono o Amy Schumer, cuyo atractivo no reside tanto en sus tetas, sino en su cerebro, órgano gracias al cual se lo han pasado estupendamente bien en la vida.
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