Pero la década de los 80 se instaló como un arco iris dispuesta a rejuvenecer los asilos. La regresión se hizo absoluta y el elogio de la juventud alteró el paisaje: desde la publicidad hasta la moda, el cine o la música, sus affiches eran tiernos y locuelos, con muchachas jugando con su micromini y sus calentadores de aerobic. La madurez asistió a su desprestigio, mientras proliferaban las amantes jóvenes y los señores encanecidos bailaban Aserejé. La medicina estética declaró la guerra universal a la arruga y el mundo entero se hizo un lifting, deseoso de novedad y sobre todo de levedad.
John Berger describió con precisión lo que ocurre cuando un dibujo alcanza su «punto de crisis»: «En todo dibujo hay un momento en el que sucede esto. Lo llamo punto de crisis porque a partir de entonces su éxito o su fracaso ya está determinado. Si el dibujo es de algún modo verdadero, estas exigencias probablemente corresponderán a lo que todavía puede descubrirse buscando. Si es esencialmente falso, acentuarán su error». En las personas pasa lo mismo, de repente se hallan ante un punto de crisis en la construcción de sí mismas. Y hay pocas dudas en sospechar que el enorme punto de crisis de nuestra iconografía social radica en la exaltación de una impostada juventud, más máscara que retrato.
Aunque desde hace un tiempo, cada vez con más vehemencia, la publicidad demuestra que es rentable fichar para sus campañas a mujeres de más de cuarenta años –como recordaba este verano Màrius Carol en el Magazine–. San Sebastián se rinde ante Julia Roberts –42 años–, la mujer más deseada del mundo según la revista People, que el próximo lunes recibirá el premio Donostia del festival de cine.
Esta temporada, creadores encabezados por Miuccia Prada anuncian que la moda, por fin, ha reconquistado su mayoría de edad. No debería ser una tendencia efímera que la personalidad gane a la pose y la experiencia a la ingenuidad. Tilda Swinton, Isabella Rossellini, Sharon Stone, Pastora Vega o Ángela Molina contradicen a quienes apodaron la cincuentena como la edad del pánico (en el caso de las mujeres, la edad de piedra pómez). Y míralas, ahí están, esas que han amado y han reído demasiado, que han logrado espantar la inseguridad enderezando la espalda y que han conquistado una belleza propia de quienes además de envejecer siguen creciendo.
Impressionant. M’ha encantat.
Seria possible escriure’t un email privat?
Gràcies,
Regina.
Es delicioso leerte. Cierto que hay mujeres que siempre parecen maduras pero hay una loa tan generalizada a lo juvenil que con 40 nos vemos casi ancianas. Y es imposible competir con rostros de 17 años. Sobre todo, cuando una nunca aparentó 17 años. Decía Chus Lampreave a Marisa Paredes: “Tan joven y como vaca sin cencerro”. Pues sí..poca gente sobrevive a ese punto de crisis. El bombardeo y la presión para ser forever young es una apisonadora en nuestras cabezas. Confusión, caos, quierosynopuedos…¿A dónde vamos a ir a parar?