Zenobia era hija del ingeniero catalán Raimundo Camprubí y de Isabel Aymar, descendiente de una próspera familia puertorriqueña. Las fiestas sociales consistían en una debilidad de aquella joven trilingüe, bien educada y tocada de una luminosa curiosidad que había estudiado en la Universidad de Columbia. Un espíritu libre cuya risa atravesó la pared del poeta, sumido en sus ensoñaciones. Días después fueron presentados en la Residencia de Estudiantes. Él reconoció su risa sonora. También reconoció a la mujer de su vida.
Hay dos etiquetas que definen la personalidad de Zenobia: la de “mujer moderna” y la de “mujer en la sombra”. Que nadie crea que se logra ser el mejor poeta español, viviendo del verso y del caer la tarde, si no se es inmensamente rico, o no se tiene al lado un ángel. Zenobia ejerció de secretaria, traductora, representante y psicóloga de Juan Ramón. Se partió el pecho. Incluso le buscaba cursos y conferencias en universidades. “La mera compra de unas pastillas de menta, una botella de jerez o un lápiz rojo para subrayar les hace felices momentáneamente” ( Pasé la mañana escribiendo de Anna Caballé).
Casi 60 años después de su muerte aún seguimos tratando de desatar sus contradicciones. Como el hecho de que una de las pioneras del feminismo español, íntima de las Victoria Kent, María de Maeztu… (las mujeres del Lyceum Club Femenino fueron las únicas españolas con las que logró entenderse), aceptase plegar su personalidad y talento a los de su marido. Fue un amor supremo. Una entrega colosal. Lo escribió claro: “El pusilánime, hipocondríaco, depresivo y neurasténico poeta se habría hundido en un pozo sin fondo (…) pero el día en que juntó su destino con el mío, cambió ese fin. Después de todo, yo soy en parte dueña de mi propia vida (…) En esta empresa nuestra, yo siempre he sido Sancho”.
Juntos tradujeron a Tagore, Shakespeare, Poe o Shelley. Pese a todo ella sentía que “sin una actividad razonable, por la noche se siente una como vacía de la propia personalidad”. Sobrellevaba con animosidad una vida nómada, aunque decía que en algunas ocasiones los dos, juntos, se despertaban sin saber en que lugar del mundo estaban.
Sus diarios poseen un valor incalculable, y aún por reconocer. Fue la única mujer, junto a Rosa Chacel, que dejó un diario escrito de la vida y la literatura de mitad del siglo XX. Pero su figura siempre ha sido glosada en relación al poeta. Por ello, la exposición se ha inaugurado esta semana en Córdoba, Zenobia Camprubí, en primera persona, reconoce la enorme diarista que fue –este otoño se publicarán sus hasta ahora inéditos Diarios de juventud–. La esperada reivindicación de la mujer que eligió fieramente vivir en los versos.
Formas vividas / Daniel Riera
Daniel Riera, uno de nuestros fotógrafos de moda más internacionales –que ha heredado el aliento de Bruce Weber y la narración de Lindbergh– acaba de inaugurar expo en la prestigiosa galería neoyorquina Casa de Costa. The vivid language es una fascinante crónica de su romance con las formas, ya sean estas una mano abriendo paso entre vetas minerales, las pecas que salpican un hombro o un bloque de edificios a medio construir, captando el non-finito que nos rodea.
Teléfono rojo / Elton John
Sólo un exceso de ego puede hacerte creer que el macho caucásico de Putin llame a un gay para pedirle una conversación sobre los derechos de los homosexuales. Elton John, muy indiscretamente y por Instagram lo pregonó a los cuatro vientos en lugar de hablarlo antes con su marido. “Si quiere que vaya a la celebración del orgullo gay en Moscú, iré”, le respondió al presunto presidente ante su invitación, sin pensar por un solo momento que le estaban tomando el pelo.
Saludable carisma / Michelle Obama
Qué inteligencia la de Michelle Obama, que lo primero que hizo al llegar a la Casa Blanca fue sembrar un huerto ecológico. Allí, entre tomateras y pimientos, encuentra escapatorias. Qué mejor lugar para llevar a los invitados, en vez de a un estanque con patos. El brazo tonificado de Michelle y el aún más musculado de Letizia apuntan no se sabe si a la lechuga o al pepino, pero con tanta determinación y simetría que su saludable carisma implosiona en foto.
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