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Los no divorciados

Y resulta que ahora, que tenemos divorcio exprés, que la monogamia sucesiva se ha instalado en el establishment moral con su intachable prosa, y que incluso la fidelidad de las parejas se ha convertido en hecho noticiable, un acto de resistencia, la gente evita divorciarse. The New York Times, siempre tan hábil en sus sociologías de domingo, ha informado acerca de cómo se va extendiendo el término trial separation (separación de prueba). Cada vez son más aquellos que deciden separarse pero no divorciarse, asegura el diario blandiendo las últimas estadísticas. No les pesa en su equipaje el estado civil aunque no se corresponda con la realidad, igual que un testamento —un desangelado asunto de patrimonio y notaría—. Ni casados ni divorciados, pero a pedazos. Acaso no-divorciados, dicen los americanos, argumentando cómo el amor pierde lustre con papeles de por medio, hasta el punto de que cuando se gasta, la tinta del contrato sigue ahí, incólume, dispuesta a sobrevivir a pesar de que las cosas hayan cambiado tanto. No en vano la herencia es sólida: la separación entre amor y matrimonio, hasta el siglo XIX, vino a significar algo parecido a la escisión entre cuerpo y mente. Carentes de vasos comunicantes.

Cuántos amores se han agotado mientras el matrimonio seguía vivito y coleando. Por los hijos, bah, puro sentimentalismo. Porque estamos bien así, dicen las parejas sofá. La explicación no necesita psicoanálisis: sacrifiquemos el romanticismo ingenuo en nombre de la única razón de peso, el dinero. El impacto de la crisis es uno de los motivos para argumentar el descenso de parejas rotas. El INE ha anunciado que, por tercer año consecutivo, los divorcios han disminuido en España un 10,6%. Pero no basta para explicar la recién instalada impostura casados separados no divorciados. Incluso algunos acuerdan seguir interpretando un guión: comer los domingos, pasar las vacaciones juntos, lavar la ropa en la misma lavadora con el perfume de sus legítimos amantes.

Cuando la vida entre dos se hace insoportable, el primer sentimiento que sobreviene es de desconcierto: ¿por qué?, ¿cómo hemos llegado hasta aquí?, ¿qué hemos hecho mal? La plácida armonía de la vida familiar con las migas de pan encima del mantel se ha escapado de las manos. Su ausencia ha pasado inadvertida, acaso disimulada, hasta que un buen día se sienta en la cocina a desayunar. «Hemos evolucionado de forma diferente con el paso de los años»; «nos queremos mucho pero no somos felices juntos», «no nos aguantamos», dicen algunos de los no-divorciados, dispuestos a mantener el contrato y evitar notarías.

Estrenamos década, y por fin podemos reinterpretar el pasado, convertido en tendencia, también por fin podemos sacudirnos los bling-blings de la ostentación, fantasías especuladoras que hicieron de la economía un casino. Pero hoy no interesa el sentimentalismo ni el pueril sentimiento del carpetazo. La gente se afana en dejar puertas abiertas, en vivir en la indeterminación robando opiniones ajenas para confeccionarse una idea propia. El estado civil, antes un imperativo para conseguir un trabajo o ser invitado a un baile, es hoy papel mojado. No le llamen hipocresía, sino impuestos. Según el artículo de The New York Times, los abogados y los terapeutas matrimoniales aseguran que, para la mayoría de las parejas, la razón última para permanecer casados es de naturaleza financiera. El trasfondo del asunto radica en la abnegación que caracteriza a los no-divorciados, instalados en la costumbre de un estado aparentemente provisional pero inamovible, a pesar del desamor. ¿Quién dijo que la felicidad era tan importante?

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

3 comentarios

  1. Santiago Santiago

    Què vida la de aquellos que separan su piso con una manpara para vivir en dos mundos distintos! Muy fuerte, pero es una realidad.

  2. cason cason

    Cuidadin, que algunos pueden acabar como el M Douglas y la K Turner en la guerra de los Rose.

  3. Madre mía. Real como la vida misma.

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