“Ser dueños de nuestro tiempo, se dice a menudo, a fin de que nos roben las horas o nos hagan tropezar con malentendidos. Procurarse un cordón de seguridad gracias al cual no haya que dar explicaciones, esconder secretos ni callar verdades, ha prestigiado la soledad desde finales del siglo XX. En treinta años -según el Instituto Nacional de Estadística- el número de personas que viven solas en España ha crecido en un 350%: unos diez millones de españoles viven consigo mismos. En Europa, la media ronda el 30%, y en
EE.UU. casi se han duplicado desde 1999: un cuarto de la población. Muchos de ellos ya han sustituido la fase de viajes para singles y portales de relaciones con desconocidos por un encierro balsámico cosido de pequeños rituales intercambiables que se afianzan como clavos. Son los mismos que rechazan las fiestas sociales, sin complejo alguno para seguir saliendo a pasear el perro.
“Individuales”, igual que los mantelitos sobre los cuales la quinoa y la dieta vegana expanden su ilusión de control en esos hogares donde una sola persona es la responsable de convertir el orden en caos. Personas convencidas de construirse un nido a medida donde sólo se oirán sus pasos y cada anochecer se encenderá la luz de la rutina, eso sí, con la fantasía de que en su sala de máquinas es posible comunicarse con el resto del mundo sin necesidad de roce. “Ojalá me pase algo nuevo”, dicen en voz queda algunos, deseosos de tener una nueva razón para levantarse de la cama. Por un lado, descartan encontrar a alguien para compartir la vida, celosos de su libertad, pero, por otro, aguardan que las agujas del reloj se muevan a mayor velocidad.
La idealización de la vida solitaria languidece a golpe de series de televisión e investigaciones médicas. Steven Cole, investigador en genómica de la Universidad de California (UCLA), analizó la actividad de los genes entre las personas que viven con diferentes grados de soledad, y según sus resultados, la soledad crónica se correlaciona con cambios reales en la expresión génica, perjudicando al sistema inmunitario. Ya lo decían las abuelas: no es bueno estar tanto tiempo solos, aunque seamos nuestro mejor animal de compañía.
(La Vanguardia)
Me ha encantado este articulo. Lo he leído varias veces.
Muy bueno
Creo que la soledad nos elige, nos prepara, nos suelta y nos cobija de nuevo, cuando la relación se acaba. Y así ciclicamente. El conocimiento, que mencionas en tu artículo, hay que saberlo utilizar, hay que empoderar al otro, hay que seducirlo y hacerle entrega de nuestra total. confianza. Por el contrario, mal utilizado, es un empoderamiento del propio ego, la necesidad de pedir y recibir, creer que uno puede acceder siempre a algo mejor y buscarlo, por las facilidades que tenemos en la sociedad actual. Valores como el respeto, la paciencia, la aceptación y la vulnerabilidad se pierden por el camino de la inmediatez y los dictados prestablecidos por una mayoría.
Pero dime ¿Quién cambia llegar a casa, abrir la puerta y ver una liz tenue encendida en el comedor o desde este otro lado, oir el chascarrillo de unas llaves abriendo la puerta? O la felicidad de una nevera llena? O sentir el calor corporal segundos después de entreabrir los ojos cuando despiertas por la mañana?
Felicidades por este gran artículo y a la reflexión a la que te lleva. Soy un gran seguidor de tus textos. Que por muchos años más podamos disfrutarlos.