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Bellezas reversibles

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“Doctor, que el resultado sea muy natural”. Esta es la petición más frecuente de las pacientes a los cirujanos plásticos antes de entrar al quirófano.Y resulta una contradicción tan interiorizada, que pasa desapercibida: rejuvenecer sin que se note. Porque los Dorian Grey de este mundo siempre han creído que el paso del tiempo les arrebataba no solo su apostura, sino su alma. Un componente trágico ha acompañado fielmente a la belleza, y a menudo la ha aislado por inaccesible. “La belleza es aún más difícil de explicar que la felicidad”, dejó dicho Simone de Beauvoir.

Una presión social tan latente como sobredimensionada penaliza a las mujeres famosas cuando engordan o lucen canas, y a menudo deriva en obsesión. Los pies de fotos rezan así: “Madonna, a sus 56 años, y Jane Fonda, con 77, dos mujeres a quien el tiempo ha tratado muy bien”, buen eufemismo para referirse a las bien operadas, que son legión. Nunca se había visto a tantas mujeres -y hombres- que con cincuenta años han congelado sus arrugas y proyectado sus pómulos. El caso de Uma Thurman y la polémica que ha enloquecido a los titulares con sed de bisturí y de sentencia ilustra el camino que nuestras sociedades occidentales han recorrido en la otrora bien pavimentada autopista de la opulencia. Por un lado está la centralidad del par belleza-juventud, que hemos convertido en la esencia misma de la persona. Y por otro el empoderamiento de millones de personas que encuentran en las redes sociales el tribunal perfecto para, condenar o absolver al prójimo.

Georges Soros razonaba hace unos años que la fe ciega en la estabilidad del mercado ha sido una de las claves del desastre. La distorsión entre la percepción y la realidad, el salto entre lo verdadero y lo inexacto, o mejor dicho, entre lo que ven los otros y lo que ve uno mismo, causa estragos. Prueba de ello son los cambios radicales de tantas actrices dispuestas a sacrificar su singularidad y en busca de un reflejo ficticio de sí mismas que se acaban creyendo. Uma Thurman asegura que su cambio fue sólo maquillaje, demostrando su reversibilidad, a diferencia de Renée Zellweger y Demi Moore. O Chaterine Z. Jones, a quien el lifting o el bótox le han robado lo que tenía de voluptuoso y carnal. La uniformidad lima el carácter, y todas parecen la misma. Hubo un tiempo en que se elogiaba la diferencia, y la hermosura se declinaba desde la heterodoxia del mestizaje.

En La piel que habito Almodóvar retomaba el fondo de una cinta de culto francesa, Los ojos sin rostro, un magnífico thriller dirigido por Georges Franju; ambos reflexionaban sobre cómo el rostro nos completa como personas: sin él no somos del todo reales. Las chicas desfiguradas que las protagonizan viven a la fuerza fuera del mundo, hasta que los médicos -tan brillantes como sádicos- sean capaces de darles una nueva cara. Entonces volverán a una vida plena, pública y feliz. Una metáfora que sigue funcionando en una sociedad donde el paso del tiempo parece un accidente en lugar de un destino.

Un pellizco / Adrián Martín Vega

Qué alivio sentí al recibir un vídeo que no es un chiste, ni una provocación, ni una mamarrachada, sino una muestra de cuán prodigiosa puede ser la música, la misma que es capaz de alumbrar un rincón en penumbra, la que nos iguala y acerca. Considerado un fenómeno viral, Adrián Martín Vega -diez años, hidrocefalia congénita- demuestra el combate contra un destino que acostumbra a aislar a quienes padecen una discapacidad, pero que suelen estar más capacitados que muchas personas sanas. Me ha hecho recordar a mis primos, Josep y Enric, que vivieron encadenados a una silla aunque su sensibilidad fuera de superdotados. Detrás de la prodigiosa voz de Adrián también habita una historia de amor, la de unos padres excepcionales.

Do de pecho / Lluís Homar

En su horizontal sonrisa cristaliza el gesto de galán de cine europeo aliñado con un aplomo terrenal. De niño fue un gamberro simpático, hijo de un profesor de matemáticas y actor infantil en el teatro de Horta, interpretó a Manelic aún chaval y Armand Calafell le regaló una talla de madera de Enric Borrás. Fue su bautizo. En su currículum reúne a Molière, Chéjov y Mamet, Camus, Pons y Almodóvar. El éxito sostenido no se le ha atragantado. Considera que la mejor construcción de uno mismo es conectarse con quien uno es. En los últimos meses ha encadenado una insólita Terra baixa con la disparatada L’art de la comèdia, una racha de las que le hacen millonario a uno en el casino. Homar es apuesta segura.

V de Victoria / Vicky Martín Berrocal

El público se rindió ante Vicky Martín Berrocal en la pasarela Simof 2015 después de asistir a su colección de trajes flamencos, pura couture lorquiana con un guiño a Halston. Tras diez años diseñando, algo que al principio nadie se tomó en serio al tratarse de una chica couché que se hizo famosa por casarse y divorciarse de un torero, Berrocal ha conseguido combatir el tópico de los volantes y los faralaes. Vestidos de noche, ponchos con flecos de seda, collares masáis de Aristocrazy: una completa renovación del género. Es también imagen de la firma Violeta de Mango. Polifacética, sería la Victoria Beckham española, de no ser porque se ríe con todo el cuerpo y come ajo. Pura raza, unida al talento y al sentir, la esencia del flamenco.

(La Vanguardia)

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