Hablo con jóvenes que conocen a otras que venden su cuerpo, apenas sin conciencia de ello, y me dicen que no lo ven mal: “No estamos hablando de explotación sino de que lo hacen porque quieren”. Qué nos ha pasado, me pregunto, para que tengamos tan alto nivel de tolerancia al comercio sexual. Hay que tener un perfil psicológico determinado para abrirse de piernas ante desconocidos, embolsarse cien euros y volver a casa a cenar con la familia y ver la tele, ya que, efectivamente, no hablamos de mafias que engañan y esclavizan a mujeres jóvenes, a quienes despojan de cualquier rastro de derechos, de la vida incluso. La extensión de esa nueva visión, que defiende la prostitución como un medio tan digno como otro cualquiera para ganarse la vida, rompe el saco de los sueños y de los ideales, también de la integridad. Pobres muñecas rotas aquellas que eligen canjear su intimidad por una noche en un hotel de cinco estrellas. ¿Qué libros habrán leído, a qué modelos habrán admirado, qué valores habrán recibido? Ante ellas, sólo nos queda la compasión. Pero frente a quienes se ocupan de promover, gestionar y beneficiarse de la humillación que supone venderse para quienes aún no conocen la crudeza de la vida no hay otro sentimiento que el del desprecio, por malograr la poca inocencia que queda en este mundo.
Putas ‘baby’
Hace dos años estalló en Roma el escándalo de la llamada baby prostituzione: niñas de 14 y 15 años que cambian sexo por dinero para recargar el móvil, comprarse ropa cara o esnifar una raya de cocaína. La desarticulación de una red -en la cual estaba implicada, al menos, la madre de una de las chicas- causó conmoción, no sólo en nuestro vecino mediterráneo. “¿En qué tipo de sociedad nos hemos convertido?”, se preguntaban algunos. Hace dos semanas la historia se repetía en Murcia, donde doce menores, cuatro de ellas españolas, eran ofrecidas por WhatsApp. A algunas las captaron en las pistas de baile de discotecas, y al menos una de ellas reclutó a dos compañeras de colegio. De los 200 euros cobrados por servicio, no recibían más de 60. De nada sirve escudarse en la crisis para justificar que alumnas de secundaria o Derecho se conviertan en escorts el fin de semana para pagarse un bolso de Prada o unos zapatos de Louboutin. Ni a esas jóvenes que subastan su virginidad y a quienes pujan en internet para acostarse con ellas; “la vez que llegué a valer más fueron 500 euros”, cuenta una joven a la cámara en un documental emitido recientemente en La Noche Temática de La 2 sobre la prostitución legal en Alemania. Y es esta misma muchacha quien pronuncia unas palabras que hielan la sangre por su frivolidad: “La prostitución está de moda”. Se extiende una opinión según la cual ha desaparecido el estigma, como si ser puta gozara hoy de un prestigio social comparable al de los tiempos de las hetairas griegas.
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Estimada señora Bonet,
En mi opinión, el desprecio hacia esas madres es una actitud primaria, necesaria e insuficiente. Queda en la esfera de nuestro sentimiento pero no incorpora elementos que ayuden a cambiar la situación.
Las desigualdades sociales que imprimen el sello de la victoria, el lujo, el glamur o qué se yo a los pudientes y empujan hoy, cada día más, a los pobres a la desgracia, la pobreza y la tristeza componen la arcilla de la que estamos hechos los seres en la sociedad.
“Ven conmigo quince minutos y podrás hacer lo que quieras con doscientos euros”. “Nunca tendré doscientos euros para unas gafas de marca o para el bolso… qué son quince minutos…”
La alegría de poseer un objeto hace venir el deseo de otro y otro y otro y así, infinitos, hasta que, otra vez, la desgracia, la pobreza y la tristeza arrastran al pobre por el lodo social.
Sólo la Cultura, la educación, la igualdad de oportunidades pueden hacer cambiar esta situación.
En definitiva, sólo la lucha de clases puede. Juntos podemos. Sí se puede.
Un saludo,
B.V.
Yo considero que gran parte de la responsabilidad los tienen los medios de comunicación, pues los adolescentes se ven bombardeados cada vez más y más por imágenes con gran contenido sexual y si a ello le sumamos la falta de comunicación de los padres y la carente atención de los mismos, genera un estado de soledad y depresión en lo adolescentes, buscando llenar huecos con cosas superfluas como las cosas materiales y todo esto se da buscando aceptación en el entorno en el que los chicos se desenvuelven, ya que en su casa nadie los atiende, yo opino que cuando das amor a los hijos y los aceptas como son, éstos crecen en un ambiente tranquilo y sin temor a ser rechazados por no verse como los demás compañeros y no buscan la aceptación de los demás ya que tienen la propia.