Hace ya casi más de diez años recibí una llamada de la Moncloa. Era la jefa de gabinete de la entonces vicepresidenta, M.ª Teresa Fernández de la Vega, y el asunto parecía bastante misterioso. Las llamadas desde las alturas producen un efecto inhibitorio, pues no sabes si significan una buena o una mala noticia, e incluso temes más la primera opción que la segunda. El equipo de la vice, a quien conocía hacía años por su exhaustiva trayectoria y su compromiso con los derechos de las mujeres, me hizo un avance: “Hemos recibido órdenes ‘de arriba’ con motivo de la boda del príncipe Felipe”, y ante mi gesto atónito remataron: “Hablamos del vestuario de las ministras, sí”. Me quedé tan confundida como planchada, aunque bien es cierto que, hace diez años, los estilistas personales aún no habían florecido como ahora, que hasta la mujer de Rajoy tiene un consejero de vestuario. “Debemos quedar bien”, concluyeron. La expectación creada por un gobierno paritario, el primero en la historia de España, imponía a plomo el peso del tópico acomplejador: de la misma forma que la derecha siempre ha sido la defensora acérrima de la familia -como si los de izquierdas no tuvieran ni les importara- también ha gozado de mayor empaque a la hora de lucir un chaqué o un tocado, como si fueran garantes del buen gusto. El caso es que aquellas ministras socialistas tenían que ser capaces de llevar bien una pamela, dejar de lado blanco y negro, y salir en la foto con discreción y dignidad.
Sin apenas proponérmelo, me hallé respondiendo preguntas propias de una especialista en protocolo: “guantes de día, ¿sí o no?”, “¿es obligatorio llevar algo en la cabeza?”. De aquella misión saqué una lección muy clara: de nada sirve decir la verdad cuando alguien se mira al espejo, porque la capacidad de autopercepción de cada uno es intransferible, y a cierta edad y galones, inabordable.
Recuerdo este episodio, una aventura excepcional rodeada de fajas y bustiers ministeriales, ahora que La Vanguardia ha tenido acceso a un documento sobre el dress code electoral del PSOE, que llama a sus miembros a evitar la impostura, esto es, disfrazarse, y tener cuidado con los estampados y las joyas excesivas. Sensato parece el manual cuando cualquier síntoma de ostentación y lujo en política significa un suicidio, pero debería bastar con apelar al sentido común de quienes, preparados para representarnos, también tendrían que estarlo para representarse. Nadie en sus cabales contrataría a quien no sepa inglés o no posea una apariencia aceptable. La cuestión que urge plantearse es si hoy, en la política española, la imagen no es la parte sino el todo.
Hola, buenas tardes mis conocimiento de moda y de como vestir en de forma adecuada son muy escasos,
en dar una buena impresión deber de radicar en nuestra propia personalidad, el saber elegir los colores,
la forma, zapatillas y la ocasión es complicado., y saber los protocolos de como elegir el atuendo adecuado. Aunque como le mencione mis conocimientos son escasos. ¿Donde se encontraría esos protocolos o consejos?.
Gracias….
Atentamente
Rosaisela