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No la abandonen

Noventa y nueve latigazos. No cien. Como la táctica de las ofertas del supermercado acabadas en nueve para que el consumidor experimente una confortable sensación de ahorro. El sadismo también se refleja en los números. Y en la graduación de la tortura. Sakineh ya recibió una brutal paliza en una sala del tribunal de Osku delante de uno de sus hijos. Pero ayer se anunció una ración doble, tal vez como aperitivo de su próxima lapidación. Ya saben, esas piedras que no deben ser ni demasiado pequeñas —y por tanto inocuas—, ni demasiado grandes para evitar que se precipite su final, piedras de tamaño medio que garanticen una larga agonía —¿quién se ocupará de seleccionarlas?—.

El castigo suplementario se debe a la publicación de la foto de una mujer sin velo, supuestamente Sakineh, en The Times. A pesar de ser desmentida su identidad —no era ella— y del comunicado del periódico excusando su error, los tribunales han dictado el nuevo castigo. 99 latigazos también a la responsabilidad de los medios.

La movilización de sus hijos ha sido la única señal de esperanza en toda esta crónica de terror. Otro David contra Goliat. El mayor, Sajad Ashtianí, de 22 años, trabaja desde las seis de la mañana hasta las once de la noche como revisor de autobuses. El pasado viernes varios medios difundieron la entrevista que concedió al filósofo francés Bernard-Henry Lévy, promotor de una campaña internacional que trata de evitar la muerte de Sakineh. El relato es tan terminal como su súplica: «Se lo ruego, no cedan, no se rindan. Si no estuvieran ahí, mi madre ya estaría muerta». Su único aliento ha sido ver el retrato de su madre colgado en el muro global. Ya no es invisible como las demás. Además de su nombre, el mundo conoce su rostro, sus labios sellados y su conmovedora belleza, aunque el velo esconde su óvalo y tan sólo permite que asome un triángulo de frente.

Leo en la web www.laregledujeu.org las cartas que a diario se publican dirigidas a Sakineh, cartas contra el olvido. Desde Dario Fo, Saviano, Fernando Savater, a Carla Bruni, según el periódico Kayhan: «una prostituta que merece morir». La barbarie desfila con impunidad en un país que se avergüenza de la voz de sus mujeres. Esas a quienes prohíben cantar, mirar a los ojos de los hombres, vivir con dignidad. Su sexualidad es examinada como un asunto de Estado. ¿Por qué es tan peligrosa Sakineh? ¿Por qué los clérigos integristas tanto temen la libertad de las mujeres? Y esos ministros iraníes declarando que la solidaridad internacional es una grave injerencia, que nadie debe de meter las narices en sus asuntos. No se puede mirar hacia otro lado, sino declarar estos feminicidios como crímenes contra la humanidad. En los foros leo: «dejemos de invocar a Dios e invoquemos a Naciones Unidas». Difícil asunto el de averiguar, a día de hoy, quién tiene mayor influencia. No la abandonen.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

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