Nuestro Don vivió en Ceuta, donde ejercía como funcionario de prisiones, y uno de sus sainetes más célebres se tituló Manolo, una parodia desvestida con lenguaje arrabalero que narra las desventuras de un hampón recién salido de un presidio africano. Material de primera hubiera sido para Don Ramón de la Cruz la escenificación de la última españolada a resultas del contagio del virus de Ébola por una auxiliar de enfermería. Un caso enormemente dramático convertido en un teatrillo de disparates por su gestión política. Desde el primer mensaje de tranquilidad que tanto intranquilizó a los ciudadanos, seguido de un “nos hemos contagiado” de la ministra Mato -cuyo blindaje por parte de Rajoy resulta inaudito-, hasta las declaraciones del consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid, Javier Rodríguez, y recurrir a Soraya Sáenz de Santamaría para enderezar tanto despropósito. No soy capaz de imaginarme a un alto responsable de la salud pública norteamericana acusando de mentir a una trabajadora que ha arriesgado su vida desinfectando una habitación con ébola y se halla en estado grave, como hizo el consejero Rodríguez. Tampoco podría justificar que los trajes -algunos se fijaban con cinta adhesiva- les quedan cortos sólo a los altos, como si no fuese normal serlo en España. Ni que se metiera, rabioso, con que la enferma hubiese tenido cuerpo para irse a hacer las mechas a la pelu.
Qué cochambrosa domesticidad tiñe todas estas escenas. El cachondeo como refugio desesperado de la tragedia, al estilo del Manolo de Don Ramón, que carcome nuestra imagen ante el mundo. Berlanga y Azcona no lo hubieran imaginado mejor. En este instante, millones de personas estarán googleando la palabra ébola, que se cliquea a un ritmo enfebrecido. Un nombre que suena a juguete, pero que se anuncia como una pandemia comparable al sida. Que aquí nos haya llegado, según parece, por un error humano, no justifica la pachanguera actuación de la administración, todos los mecanismos de seguridad puestos en duda, ni la imbecilidad burocrática, la misma que recomienda “no salir de la vivienda aunque arda”, porque lo dicta el protocolo.
es la al parecer inevitable -¿maldición?- teoría/ley del péndulo
de cimas como en 11M caemos en profundidades abisales como el -¿se dice ilustre?- consejero éste
ay
biiiiigabrazo