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De inicios y de kilos

El año terminó con lluvias y empezó con lluvias. Con sus días más cortos y sus tardes luxemburguesas, iluminadas ahora con bombillas de bajo consumo que amarillean mejor las sombras. Las ciudades seguían poseídas por ese estado de duermevela que traen consigo las fiestas navideñas, hasta que se confunden los martes con los domingos, el mazapán con el roscón, tu familia con la del vecino. Nacieron los primeros niños del año y murió la primera mujer maltratada del año; a ambas noticias tan sólo las separó una coma, o sea, cuatro horas. Nada se dijo del primer parado del año, aunque haya sido considerado, en un forzado ejercicio de individualización colectiva, como personaje clave del 2009. Cuatro millones de anónimos protagonistas cuya desgracia de quedarse sin empleo se convierte en el rostro de una sociedad quejumbrosa. Las quejas, que no la crítica, son un asunto pesado. Los quejíos deberían estar reservados exclusivamente para el cante: una voz se quiebra mejor que un banco. Ahora los americanos se quejan porque Obama les parece frío, los pasajeros de Air Comet lamentan pasar de turistas a individuos cancelados, y los visionarios siguen anunciando el fin de la prensa, cuando los periódicos del mundo, incluido The Wall Street Journal, han mejorado mucho.

Por fin hoy lunes, la vida vuelve a estabilizar sus rutinas a pesar de las postales nevadas. Se quita el chándal y se levanta del sofá. El día se atasca entre bocinas y aroma a azufre, y de nuevo se enfunda el traje diplomático o agarra la cartera del colegio que aún conserva el brillo del estreno, como la primera línea de la agenda, aunque enseguida los días se emborronen, arena entre los dedos.

Existe una tradicional inclinación humana a celebrar los inicios; ya se practicaba en Babilonia, hace más de dos mil años, y en la antigua Roma, donde se rendía culto a Jano, el dios de los principios y los finales, de los cambios y las transiciones. Pero hoy, al dios año ya no se le ruega por las buenas cosechas. Muchos españoles empezarán esta semana una dieta, y para los estadounidenses, según la web oficial de su gobierno, el principal propósito en el 2010 es adelgazar. El mundo está o se ve gordo, y necesita arrodillarse para suavizar el látigo de las carnes. Gustarse hoy es una incomodidad, y el negocio de la vida delgada una pesadilla que ya no se promocionará en la televisión, en horario protegido, igual que la «violencia gratuita» (¿cuál será la de pago?). Los kilos se democratizan, y una sociedad sobrealimentada y educada en la abundancia amenaza con la fantasía de dejar de comer, presumidos que somos, reafirmando que vivimos en una época de laxa bonanza. Por supuesto, también asistimos al primer anuncio del año, el de Nueva Rumasa, que entre flanes, cacaolat, bombones, mantequilla y jerez sumaba más de mil calorías. Ah, esos propósitos.

(La Vanguardia)

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