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El paradigma de Hemingway

Que a estas alturas, Europa siga identificando a España como un país flamenco, cuyos habitantes «cariñosos y divertidos, perezosos y desorganizados» rasgan las cuerdas de una guitarra española cada noche antes de acostarse, si es que se acuestan, es un asunto ante el cual parece que estemos inmunizados. Demasiados años de resignación viviendo con y contra el tópico. El español más taciturno debe aún soportar, cuando llega a una convención internacional, que se le reciba con palmadas, sonrisas conspicuas y cuatro palabras internacionales: fiesta, bravo, siesta y olé. Hacer pedagogía multilateral es cansino, pero en algunos rincones del mundo hay que seguir explicando por qué no tenemos ningún hermano torero ni sabemos bailar sevillanas —tan ajenos como parecen al movimiento antitaurino que ha impulsado Catalunya y a los numerosos debates sobre la identidad nacional—.

Ahora hemos asistido de nuevo a una cálida recepción de esa vieja dama altiva y distante que es Europa a nuestra presidencia de turno de la UE. La prensa internacional, en especial la británica, nos ha recibido con los brazos abiertos de escepticismo y desprecio. El ilustrador de The Economist no tuvo que estrujarse el ingenio al plantear su viñeta: Zapatero, vestido con traje corto y sombrero cordobés, la camisa mal remendada, invita a bailar a una recelosa Europa disfrazada de gitana. El artículo cuestiona la capacidad de España para liderar la Unión —el estrepitoso paro y la estrepitosa crisis sostienen la misma tesis que también esgrimieron en las anteriores presidencias españolas, cuando no había crisis—. E igual que en otros medios influyentes, se asegura que nuestra pertenencia al club comunitario es, más que una cuestión económica, «una unión de corazón». Malditas emociones. El sentimentalismo no es más que una escenificación de los sentimientos, a menudo falsa. De poco han valido los saltos con pértiga para entrar en la hipermodernidad, como la legalización de los matrimonios gais. O que seamos líderes mundiales en trasplantes —y el único país cuya tasa de donaciones registra un crecimiento continuo—; también lideramos las adopciones internacionales u ocupamos el segundo lugar, tras Japón, en el índice de desarrollo infantil.

Pero el paradigma de Hemingway nos persigue, esa asociación romántica con el sol, el vino y los burladeros. Un ejemplo: en el vídeo de la UE que instaba a la participación en el debate sobre el futuro de Europa, aparecían imágenes de la torre Eiffel, de la Alexanderplatz, un tranvía lisboeta…, bellas estampas universales. ¿Y de España? Por supuesto, un torero y una res de fina ganadería.

¿Orgullo español? O una nueva crisis psicótica de esa Europa que ahora presidimos y que nos sigue imaginando a las cinco de la tarde, muriendo de pasión bajo el sol.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

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