El ideal llega cada miércoles a los quioscos desde hace setenta años, debidamente hilvanado con bodas de ensueño, mansiones coloniales con amplias balaustradas y posados de lujo con personajes siempre dispuestos a empezar “una nueva etapa”. Dice Karl Ove Knausgard, con su escritura deshollinadora e irritante, en Un hombre enamorado (Anagrama) que “antes de Dostoievski, el ideal, incluso el ideal cristiano, siempre era puro y fuerte, pertenecía al cielo, a aquello inalcanzable para casi todo el mundo. La carne era frágil, la mente débil, pero el ideal inquebrantable”.
Hasta que el ideal bajó a la tierra a posar para los fotógrafos y celebrar “la espuma de los días”. Así definió el primer ¡Hola! una pareja enamorada que vivía en Barcelona: El periodista palenciano Antonio Sánchez Gómez y su mujer, Mercedes Junco Calderón. Inquebrantable ha permanecido su ideal de felicidad, cuidadosamente diagramado por sus editores, capaces de captar el mundano vaivén que ha ido sustituyendo las barbacoas por las estatuas de Buda. La amabilidad almirabarada y los buenos sofás han conformado la fórmula de un tipo de couché rosa que, desde aquella primera portada, mitad figurín mitad ecos de sociedad, no ha podido ser emulado por ninguno de sus efímeros competidores. Para algunos despistados es aún una revista de peluquería, periodismo tout court, pero no existe voyeurismo capaz de idealizar la fama y de retratar la vanidad como el suyo.
No podían encontrar, como celebración de su longeva vida, mejor ejemplo del ideal del siglo XXI para sus veinte millones de lectores en sus 30 ediciones que la boda de Brad Pitt y Angelina Jolie, en exclusiva mundial. Lo que la marca Apple significa en tecnología, la empresa Brangelina lo representa en Hollywood. Una leyenda contemporánea, carismática, multicultural, sin publicistas. Ellos mismos controlan su imagen: se plantan ante la homofobia, la violencia sexual o los abusos en los campos de refugiados. Su historia narra el encuentro entre un chico listo que iba para periodista (pero lo dejó semanas antes de graduarse para conquistar Hollywood con trescientos dólares en el bolsillo) con la hija de Jon Voight, de infancia oscura y belleza amenazadora. Hace sólo diez años llevaba colgado al cuello un frasquito de sangre de su marido, Billy Bob Thornton, pero un día Lara Croft dio paso a la Embajadora de Naciones Unidas, con camiseta ajada trascendiendo su filmografía de bajos vuelos.
De sobra son conocidos sus comienzos adúlteros, pero su inteligencia semiótica -cuando ella regresaba de Camboya, él visitaba a niños enfermos de sida en África- ha podido con todo. Esta semana la originalidad barría a la excentricidad en una boda familiar (pocos se casan con seis hijos en primaria que dibujan los bordados del velo y se parten de risa en la ceremonia). Aún y así, todo parecía real, incluso el amor: luz blanca, pieles rosadas, y una conjura contra la sarnosa envidia. En este mundo desajustado, los cuentos de hadas sólo son encantadores si tienen fotogenia.
El peso del apellido
La hija de los Kirchner, con la misma nariz del padre, le pidió prestado el Facebook a la presidenta de Argentina para replicar informaciones publicadas en La Nación sobre su vida de lujo en Nueva York. En el mensaje abunda en todo tipo de detalles -incluido links- sobre la residencia de estudiantes donde habitó mientras estudiaba cine. “Lo que sí merece algunas reflexiones es cómo gente de presunto ‘nivel intelectual’ se ocupa de mentir y fabular sobre una chica de entonces, apenas 19 años. No es que me guste estar contando mi vida personal, pero ¿qué querés?”, lamenta Florencia, que añade que su pecado es ser hija de sus padres. La penalización por apellidos es un asunto que ocupa a las masas resentidas: hay que pagar el impuesto.
Todopoderoso
“A lo grande”, esa parece ser la fórmula del éxito de Amancio Ortega. Cada semana aparece una noticia de los metros ganados por sus Zara & cía. Edificios emblemáticos en las millas de oro, desde la Quinta Avenida hasta el paseo de Gràcia resumen su estrategia: Tratar el low cost como alta costura. Esta semana, orquestada por el dandy chic Eric Yerno, se ha inaugurado su nueva tienda-bandera de Massimo Dutti en la calle Serrano. Durante años, en la fábrica de Arteixo, con lavabos mixtos, una empleada que hoy es una célebre estilista le pedía dentífrico prestado a un señor con el que coincidía cada sobremesa. Sólo al cabo de dos años supo que se trataba de su jefe. Bajo perfil, altos vuelos.
Un genio del lujo
“Existe un lujo antes de Carcelle y otro después de Carcelle”, dijo el dueño de Printemps, Paolo de Cesare, cuando se anunció hace dos años que Yves Carcelle abandonaba la dirección de Louis Vuitton y pasaba a regir su propia fundación. En veinte años había conseguido convertir una marca de maletas artesanales en la quintaesencia del lujo contemporáneo.
Siempre dio luz verde al talento: apoyó a diseñadores como Marc Jacobs y a artistas que, como Takashi Murakami, dotaron de innovación y aspiración a la firma. Un parisino simpático que se sentaba en el suelo con los periodistas y husmeaba pasión e ideas bajo las sillas. Fue un genio del marketing sin voluntad de serlo.
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