Tanto tiempo prometiendo un look sexy desde las revistas femeninas, un teléfono sexy desde Apple o una vida sexy en los anuncios de coches o helados, y ahora resulta que lo sexy se penaliza. Al menos en la foto de perfil. El tan autofotografiado mundo de hoy en las redes ha reinventado la foto de carnet, afilando su códigos de forma solapada. En su agenda de contactos seguramente tendrá usted a varios hombres que en su día a día visten traje y corbata, pero excepcionalmente hallará alguno que se exhiba abrochado y con nudo. Informal, sonriente, relajado; la variedad de fotos de perfil es enorme pero al tiempo homologada, así como los gatos, perros, paisajes o hijos que ocupan el lugar del yo, sin pizca de transgresión.
En una investigación realizada en la Universidad de Colorado sobre la percepción entre feminidad y competencia a través de estas imágenes, se ha evidenciado que la histórica dicotomía virgen/puta está aún lejos de haberse superado. Los dos psicólogos responsables del estudio, Daniels y Zurbriggen, crearon dos perfiles ficticios de Amanda, una chica de 20 años. Ambos con la misma información, pero muy distintas fotos de perfil: en una, Amanda iba con vestido corto rojo con un generoso escote, mientras que en la otra llevaba pantalones, camiseta y una púdica bufanda. Y si bien los encuestados encontraban a las dos amables y bonitas, juzgaban finalmente mucho menos cualificada y capaz a la que se lucía.
El protocolo que rige hoy la autorrepresentación de las mujeres, lejos de flexibilizarse, ha ganado en decoro y tópicos. La corrección es un imperativo, pero también una trampa. “No llames la atención por lo que pareces, no enfoques tu mensaje en la apariencia sino en lo que eres como persona”, dicta su mandato universal. Y es sensato. Pero también pusilánime. Siguiendo esa lógica, muchas mujeres utilizan gafas cuando no las necesitan, se hacen una coleta en lugar de soltarse la melena, y se autocensuran los tacones a fin de no ser tachadas de frívolas.
Para las más jóvenes, la sexualidad es una característica definitoria de su edad, que, lejos de reprimir, necesita expandirse, por lo tanto la percepción ajena de su imagen limita la construcción de su propia identidad. Choca ver a las chicas desenfadadas y divertidas en sus perfiles, en contraste con las adolescentes que lleva años fotografiando David Magnusson, siguiendo la costumbre puritana en EE.UU. de los “bailes de pureza”: chicas que prometen a sus padres mantenerse vírgenes -y ellos se comprometen a salvaguardar-, bailando pegados: un síntoma más de cómo desde el Occidente del progreso se emula al oscurantismo tribal.
Lo crucial no es escandalizarse de que todavía siga penalizando la voluntad de ser atractiva, sino preguntarse por qué una mujer que luce sexy no es tomada en serio cuando nuestra sociedad sigue encumbrando el atractivo como un ideal de felicidad.
(La Vanguardia)
Foto: Nuria Dillán
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