Encuentro un libro firmado por un joven filósofo que trabaja de librero, nacido en el mismo pueblo que yo, Vinaixa. Es fantástico constatar que, literalmente, los filósofos salen de debajo de las piedras —en este caso canteras de piedra arenisca—. En Per una literatura capitalista (A Contravent), Abel Cutillas, nieto de albañil, hace una declaración antisistema: «El capitalismo debe ser muchas cosas, y en literatura, como mínimo es un silencio incómodo o un ruido ensordecedor. Las musas afónicas y los compra-ventas escandalosos». En su brevísimo ensayo también reafirma el hecho de que hoy nadie quiere ser Baudelaire ni seguir el modelo de escritor decadente que cose sensaciones y emociones alimentado por el tedio y luchando contra él a través del arte. Ahora, la mayoría de los escritores se apoyan en trabajos auxiliares, «multinacionales aterciopeladas de cultura» consistentes en escribir columnas en los periódicos, dar conferencias, programas de radio, premios y, sobre todo, en recibir y escribir críticas retroalimentadas para poder seguir viviendo de la literatura. Un businessman, según Cutillas, que realiza el consejo nietzcheano de ser un destino y por tanto autodiseñarse; ya lo advirtió Le Clézio, la literatura es el lujo de una clase dominante, y ahora resulta más necesaria que en tiempos de Byron.
En verdad, tenían un aspecto muy diferente al de los hombres de negocios los casi cien escritores que acudieron anteayer al premio Biblioteca Breve de Seix Barral, una convocatoria que reunió a 250 periodistas y autores de toda España, «una reunión de amigos», según algunos, «sin la pereza de la velada literaria», añadían otros. Otro tipo de acto social donde los vips son los escritores, aunque a la responsable de Seix Barral, Elena Ramírez, la hayan denominado la Isabel Preysler de la edición. La que fue durante años la chica de las zapatillas blancas en la Alfaguara de Juan Cruz, es hoy la editora de moda que combina gustos exquisitos como el de publicar a Lorrie Moore o fichar a Vila-Matas, con una afilada nariz capitalista, que diría el joven Cutillas.
«Lo que algunos quieren aún es que el escritor sea pobre», me respondió Juan José Millás cuando le pregunté si se sentía un escritor capitalista. Es más, añadía: «Es de las pocas profesiones en la que la gente te pide que hagas cosas gratis, a lo que no se atreverían ante un amigo fontanero o arquitecto». En España nunca abundaron los escritores ricos que se van a escribir al cottage como en Inglaterra, mientras que aquí la literatura ha sido, en cambio, un gran ascensor social, un modo limpio de saltar barreras de acceso; al poder siempre le ha gustado sentar escritores a sus mesas. Un suplemento cultural realizó el año pasado un sondeo para medir cuántos escritores viven sólo de la literatura —de 10, tan sólo lo admitía Juan Marsé—. El ganador del Breve, Guillermo Saccomanno, que recibió enel premio Nacional de Argentina, autor minucioso que escribió El oficinista en un mes y tardó seis años en corregirla, tuvo otra vida en la que fue publicista y guionista. Vive retirado en la localidad balnearia de Villa Gesell, imparte un taller literario y desde hace poco tiempo se dedica exclusivamente a escribir. «Meterle tanta responsabilidad a la literatura, abandonarlo todo, crea muchas frustraciones», dice Elena Ramírez.
Ayer se hicieron públicos los resultados del barómetro de hábitos de lectura y compra de libros de la Federación del Gremio de Editores de España (FGEE), que dice que casi la mitad de los españoles no leen ningún libro al año. La buena, aunque oscura, noticia anuncia que está aumentando la lectura a causa del enorme incremento de parados. Sospecho que también la escritura, tanta gente forzada a pasear mirando los tejados, atrapando verdades inmateriales, baudelaires en paro.
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