El proyecto de Flecther es mediático. Le saldrá un libro resultón, entregará los beneficios a una oenegé solidaria que combata la maltrecha situación de los niños en el mundo, y puede que incluso alguna de sus divisas se convierta en el lema de una campaña. Hasta ahí, todo previsible. Pero ¿hasta qué punto las máximas, las reglas, los principios e incluso los aforismos determinan nuestra vida? La afición por los aforismos, por las cápsulas de pensamiento comprimido en poco menos de 140 caracteres, como un tuit, proliferan en tiempos de formatos breves, despieces y enunciados vitamínicos como un Red Bull. Esta querencia por las frases redondas y afiladas es reveladora acerca de nuestra condición de habitantes de los años 10. Afincados en la cultura del eslogan, deglutimos perlas y entrecomillados, reclamamos directrices y lecciones perspicaces, aunque su poder de fijación sea absolutamente dudoso. O mejor dicho, es el contexto el que hace agua porque el uso y, sobre todo, el abuso de poder no ha evolucionado desde hace más de dos mil años. Veamos, si no: “La mejor forma de gobierno es la que se basa en el equilibrio de poderes”, “quienes nos dirigen deberían poseer un carácter y una integridad excepcionales”, “la corrupción destruye a la nación” o “para obtener resultados es fundamental hacer concesiones”. Marco Tulio Cicerón los rubricó mientras César conquistaba las Galias, plantando la semilla de lo que debería de entenderse por un gobierno justo. Los recoge la editorial Ares y Mares en Cómo gobernar un país. Y produce escalofríos pensar que todo está escrito en los libros, y a pesar de ello, el sentido común y la ejemplaridad son tan esquivos como ese aforismo que enamora al oído pero se desvanece como una pompa de jabón. ¿Soñar a lo grande y vivir en pequeño?
Soñar a lo grande
Un padre creativo. Primerizo, británico y diplomático. Conoció a JK Rowling en una fiesta en París y se emocionó. Más allá del autógrafo de rigor, se atrevió a pedirle un consejo para Charlie, su bebé: “No fumes, dejarlo es una pesadilla”. Rowling, que también mostró su generosa motivación, dejó un segundo mandato: “Haz caso a tu padre, a no ser que esté equivocado”. Tom Flechter siguió adelante en su empeño de dedicarle a su hijo una especie de manual de la sabiduría de la fama. Aunque la política haya perdido su capacidad para cautivar y hoy se arrastre cabizbaja, latosa, anémica, Flechter, ahora embajador en Líbano, no se cortó con Clinton, Bush padre. O Bruni. “Sueña a lo grande y no temas esforzarte por ello”, escribió Obama en estado puro. Curiosamente, lo mismo que rasgó en el cuaderno Bill Clinton: “Hay que soñar a lo grande”, y añadía “no olvides disfrutar de cada día”.
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genial com sempre Joana Bonet Camprubi a vegades les obvietats passen inadvertides per més que els llibres s’entestin a recordar-nos-les…
per cert, el llibre de Fletcher quin és?
Una reflexión bastante interesante y acertada.
Quizás es que vivimos en una sociedad tan desquiciada y febril que encontramos el mayor de los sentidos en unas palabras acertadas.
El error, creo yo, consiste en hacer caso a esos slogans sin saber qué clase de producto somos o queremos ser.
I’m not easily impressed but you’ve done it with that posting.