Artur Mas acaba de declarar que los países pequeños funcionan mejor, en respuesta a Rajoy, quien aseguró que sólo los países grandes pintan algo en Europa. Mas aportó datos: el bajo índice de paro de Austria -apenas un 4% frente al 27% español-, por ejemplo, y aseveró que “quizás el tamaño te da más poder, pero no hace que la gente viva mejor”. Revolviendo el instinto animal de reivindicar la madriguera, esos decires: “Más vale ser cabeza de ratón que cola de león”. La defensa de lo grande de Rajoy frente a la apología de lo pequeño de Mas es una magnífica lección de antonimia. Lo grande frente a lo pequeño. Cantidad frente a calidad. Oropeles frente a placeres. La nanotecnología en faz de las macroinfraestructuras. Un hábil juego el planteado por el presidente de la Generalitat en unos tiempos en los que lo global y lo local están condenados a avenirse, las fronteras se difuminan y la condición de ciudadano universal abraza algo mucho más complejo que el origen o el sentido de pertenencia. Acaso por el impacto de la crisis, se acrecienta hoy la preferencia por lo reducido, como si el tamaño de los objetos equivaliera a simplificar necesidades y aligerar el peso vital. La exaltación de los grandes espacios ya ha sido acreditada como rasgo de otro tiempo, enemigo del confort para una clase media sin paracaídas y en un contexto donde cualquier sueño de grandeza resulta grotesco. La reivindicación de Mas de la armonía de lo pequeño coincide de pleno con una tendencia social que se enamora del hotel de cinco habitaciones o el restaurante con cuatro mesas, y que prioriza la experiencia por encima del valor material. Que prefiere conformarse con unas migas garantizadas antes que con una incierta grandeza. No en vano, Catalunya siempre ha demostrado una afección por el diminutivo y el ombligo; por un imaginario de caseta i hortet.
Un país pequeño
Fue una de las canciones preferidas en mi primera adolescencia: “El meu país és tan petit que quan el sol se’n va dormir…”, cantaba Llach pulsando la tecla de la intimidad y desdeñando épicas. Un país asible, que cabía en el corazón, donde los pueblecitos tenían miedo de sentirse solos y ser demasiado grandes, donde se veía salir el sol desde el campanario vecino… Al teclear la letra, considero que es un mal ejercicio reproducirla sin el piano ni la voz del gran Llach, porque el resultado rebosa una injusta candidez, tan naif, tan Heidi. Pero en verdad resultó una canción reconfortante por su excepcional poética, y más aún para quienes vivíamos en las hormigas del mapa. Una declaración de falsa humildad a fin de exaltar el orgullo de saberse parte de un rincón del mundo, pequeño, sí, pero autónomo, el mejor de los posibles bajo una ansiada ilusión de libertad.
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“La mujer y la sardina, pequeñina, pequeñina”. Este presumible axioma, del que desconozco su procedencia exacta (tal vez de mi pequeñina Asturias de caseta y hortet) es como este espacio, un boomeran de ida fácil y retorno comprometido, como todas las humildes grandilocuencias que ni son humildes ni grandilocuencias. ¿La exaltación de lo pequeño? ¿Las metro sesenta? ¿La desgraciada modelo que mide uno setenta y cinco? ¡Ufff! Produce vértigo la clasificación.
En cualquier caso, la intimidad, con todo lo atractiva y deseable que resulta, nos hace cerrados y lejanos. Y se podría apurar el razonamiento reivindicando la soledad con uno mismo como la máxima expresión de la intimidad. No, cada oportunidad en su coyuntura y viceversa. El tamaño no importa, eso dicen ellas y no nos lo creemos del todo.
Pienso que es adorable respirar un instante desde el fondo de la memoria ese aliento de casa, de aquella habitación cuando Llach cantaba para uno mismo, desde lo pequeño, pidiendo a cada verso volar…Pero todo pasa….
Cataluña siempre fue como universal desde mi adolescencia. Barcelona, mi París Español. Nací en París.
Porqué mezclar tan frívolamente la nanotecnología con el Nacionalismo…No se debería insistir tanto en preservar convicciones ideológicas basadas en fundamentos del pasado, que ya no son objetivas con la realidad que nos requiere. Necesitamos nuevos discursos, nuevas canciones…una idea universal de preservar cada cultura, cada pueblo, de compartir las ideas, la tecnología…. De colaborar con nuestros vecinos al máximo. El pone la letra, y tu le juegas al piano. Es tiempo de sumarse, ya tenemos bastante austeridad. Demosle la vuelta a los argumentos populistas, seamos un poco críticos también. Claro, y el tamaño si que importa, unas veces supone ventajas y otras inconvenientes….y a Ellas..en ocasiones les importa y en otras no tanto, a unas mucho, y a otras menos…