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Un día brillante

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Diversas teorías coinciden en que una de las cualidades más edificativas del ser humano es la empatía. A pesar de que hace veinte años apenas empleáramos esa palabra, hoy sabemos que resulta condición indispensable para domar la violencia o hacer mejores negocios. Pero, sobre todo, para aminorar la fricción humana y en su lugar tender redes. Según la máxima platónica: “Los sabios hablan porque tienen algo que decir, los tontos porque tienen que decir algo”, asunto al que la experta en comunicación Debra Fine replicó con un exhaustivo ensayo sobre la charla de ascensor, smart talk cuya tradición es tan antigua como la necesidad del ser humano de romper la hostilidad del silencio.

En pleno proceso de fragmentación social a causa de la crisis, la comunidad ha convenido que una expresión popular, propia de la conversación fugaz entre quienes desean otorgarse un lugar en el mundo, con la que está cayendo, se convierta en muletilla cansina pero a la vez reconfortante por la complicidad que emana al pronunciarla. Y acaso porque resulta una forma de advertir implícitamente la intemperie y a la vez buscar la proximidad de los otros. El tiempo es un manantial de metáforas. Los símiles meteorológicos se utilizan tanto para narrar el momento político y económico como el contexto que provocan los diferentes estados de ánimo: un huracán, un tornado, un momento tormentoso.

Las fuerzas dominantes cuya resaca abandona “la cáscara vacía de un hombre”, que decía Conrad. O la reflexión de Heidegger: no sólo hemos sido arrojados a un mundo, sino arrojados a un mundo que compartimos con los demás. El “ser con”. Por ello envestimos el instinto de socializar a fin de que las grietas existenciales hallen en las cuatro palabras cruzadas un remedio paliativo, leve pero voluntarioso. Las teorías acerca de la charla intrascendente que leo en The point rubrican que hablar del tiempo es pura grasa lingüística, pero que a la vez resulta mucho menos banal de lo que pensamos. Cuando nos preguntan si llueve o hace frío allí donde viajamos, también nos expresan una señal de querer saber qué siente el otro detrás de la lluvia fina o el sol radiante. Virginia Woolf aseguraba que no hay mayor democratizador que las condiciones meteorológicas. Hablar del tiempo cuando en realidad se querría hacer de un sentimiento resume en parte la impotencia de sentirse a merced de una corriente imparable. Pero los segundos que se encapsulan en la expresión hace un día brillante también son capaces de capturar su luminosa fugacidad, como si con el mero hecho de pronunciarlo adquiriéramos conciencia de que, a pesar de todo, hace un día brillante.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

3 comentarios

  1. blas paredes blas paredes

    Es muy interesante esa apreciación de Virginia Woolf, interesante e inteligente, porque no cabe duda de que hablar del tiempo es una oportunidad universal para la que ni el estatus social ni el cultural son barreras. Desde el pobre, tonto y feo, hasta quien reúne todas las cualidades envidiables, la “charla meteorológica” es el pretexto para buscar acercamiento y afinidad, pues todos sabemos que el tiempo de por si es puro capricho, tan caro y tan inaccesible que ni se compra ni se vende.
    En cambio “empatía” es una palabra que me horroriza y repugna, verdaderamente hortera. Es como el elixir de la cursilería ignorante que necesita un paraguas para ocultar sus carencias culturales. A buen seguro cualquiera de nuestros insignes prosistas se cuidará muy mucho de no incluirla en su vocabulario, pues tiene textura casposa y musicalidad de ligona de discoteca cutre.

  2. ali ali

    me párese asombroso como aborda y explica la otra cara de la empatia, siempre la había considerado como una virtud. me encanta la manera figurativa de explicarla.

  3. contactar por favor

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