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Cualquiera de nosotros

cristina fallaras

Mediodía, en un colmado-restaurante del Eixample. La cercanía de las mesas favorece la promiscuidad auditiva hasta el punto de que la conversación ajena, vigorosa, se mete en tu plato. “La echaron embarazada, era subdirectora de un periódico… y ahora la han desahuciado. Es un testimonio brutal”, dice el hombre. “Habría que conocer toda la historia, lo que no cuenta, porque me entran muchas dudas” replica la mujer. El hombre insiste: “lo importante no es solo su propia experiencia sino lo que representa en este momento”. La mujer –Chiqui, la llama él– sigue sembrando desconfianza, como si la autora fuera una desahuciada deluxe. Esa sombra cainita: algo habrá hecho. Sostiene que es “muy raro” que una profesional que ha ocupado cargos de responsabilidad en la prensa no tenga para pagar la hipoteca, y va esparciendo sospechas sobre el mantel mientras ellas piden postres, ellos gin tonics y los niños dibujan.

Por un momento estoy a punto de confesarles que conozco a la autora, Cristina Fallarás, y que en su historia no hay palabras impostadas. Acaso su tono bronco, su tinta rabiosa, esa querencia por el taco, empezando por el título de portada: A la puta calle (Planeta); aunque también por el corte delgado y tierno con el que nombra la desdicha: “Mamá, y si nosotros compráramos la ropa que llevo, ¿yo qué estilo tendría?”. En el relato de Fallarás asoman las voces de los niños que apenas comen carne y toman la leche mezclada con agua. La historia de las deudas acumuladas, a pesar haber publicado tres libros y montado una web. Primero eliminas las cremas, luego los zapatos, los bistecs, las copas, hasta que los amigos dejan de llamarte, dice.

Pienso cuán reconfortante es que un libro aún de pie a una conversación de sobremesa. La periodista y escritora –Premio Hammett en la Semana Negra de Gijón– sabía que se la juzgaría a priori, por ello en el libro desglosa gastos e ingresos, durante cuatro años de paro. Recientemente intentó una dación de pago, pero llegó tarde. Su vida está ya metida en cajas. Con su testimonio anima a salir del armario a sus semejantes, porque también hay arquitectos, editores, periodistas e informáticos que pierden la casa. Les rodea un silencio que choca estrepitosamente contra la bronca a domicilio del escrache. Cierto es que el político en mocasines se convierte de noche en un hombre en zapatillas que respira hogar. Y que el mundo civilizado defiende las soluciones con diálogo, en lugar de las caceroladas. Pero también es cierto que la clase política se ha desentendido de un problema que va ampliando su brecha y no entiende de vértigo ni extremos. Digamos, pobreza de clase media. Digamos, cualquiera de nosotros.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

6 comentarios

  1. He leído el libro. Se ma erizado la piel. Tengo frío desde entonces. Un frío que realmente tenía en estado latente. Ahora se me ha despertado y hasta me cuesta teclear estas letras. La entrevisto mañana. Me da miedo, vergüenza, quisiera dejarle mi silla… En fin, no la conozco pero me pasa que he dejado un poco de alma en esta historia… Seguimos pedaleando, como ella dice.

  2. Perdón, en mi comentario previo hay un error… será el frío que me paraliza los dedos. Donde dice “Se ma erizado..” debería decir: Se me ha erizado… bufff. Siento las molestias.

  3. También se me ha erizado la piel. Y es que son muchos los que sufren esta situación pero pocos los que tienen la valentía y el talento para describirlo con tanta perfección, como Cristina Fallarás.
    Va un afectuoso abrazo a Cristina.
    TG

  4. El Fary El Fary

    El otro día se reflejó en todos los medios, al menos europeos, la visita que Ángela Merkel había hecho a un maitre parado en su casa, en su periodo de vacaciones en Italia. Lo conocía desde hace años pues siempre se alojaba en el hotel en el que antes trabajaba. Ronda los 60 y probablemente nunca vuelva a trabajar. Tras toda una vida de trabajo hay millones como él que afrontarán el último tramo de su vida con graves dificultades económicas. Los que negocian con pensiones privadas se frotan las manos, su negocio tiene grandes perspectivas de éxito con todos los que tienen salarios que les permita desembolsar una cantidad mensual sin que por ello pasen dificultades para comer o pagar luz, casa, facturas…Probablemente muchos pagarán esa pensión eliminando viajes de placer o cosas similares. Pero hablamos de clases medias, las medias-bajas no podrán, por sus salarios a la baja, destinar nada a esos planes de pensiones, vivirán al día, con el miedo constante a ser despedidos en cualquier momento, por cualquier motivo, con una indemnización mínima y con la constante amenaza de pasar de supervivientes que ganan lo justo para vivir al día, aceptando cualquier condición laboral, a excluidos y marginados sociales sin un techo propio donde guarecerse y comiendo de la caridad. Oscilarán entre la explotación laboral y la miseria.
    Decía que “el gesto” de Ángela Merkel había sido tratado por la mayoría de medios como algo a reseñar por su bondad, solidaridad, congratulándose algunos de mostrar el lado humano de la Canciller de Hierro.
    No entraré en las posibles razones personales de Merkel que, obviamente, sólo ella conoce. No obstante, donde algunos ven bondad y solidaridad, otros pueden ver otras necesidades psicológicas del carácter de Merkel: necesidad de que las cosas sucedan como ella está acostumbrada, siendo poco amiga de las variaciones y la flexibilidad. Necesitaba que sus vacaciones en Italia fueran como siempre, como ella había pensado y necesitaba ver al maitre de hotel, figura imprescindible en la idea que de sus vacaciones en Italia tenía. No me interesan, sin embargo, las razones personales de Merkel, de las que tal vez ni ella misma sea plenamente consciente y que podrían servir para explicar su carácter y su forma de entender la política que hace.
    Lo que me llamó la atención es el tratamiento mediático que se le dio y no pude evitar pensar en la analogía que había con otras figuras y otros periodos históricos. Era como leer las vidas de los santos cuando se reseñaba en ellas la visita que hacían a la casa del leproso. Porque ¿no son los parados de hoy como los leprosos de antaño? ¿no se parecen a ellos en el vacío social que se les hace siendo como los apestados de entonces una especie de zombies, muertos para la vida social, separados de sus círculos y amistades? ¿no se sienten avergonzados muchos de ellos de esa maldición que llevan consigo y procuran esconderse, no mostrar sus llagas estando muchos en el fondo convencidos de que son víctimas de un castigo que a pesar de no entender oscuramente atribuyen a alguna culpa propia?
    Todos contribuimos a que las cosas sean tan terribles para gente que no se lo merece. Ellos por callar y esconderse, los demás por darles de lado cobardemente y asustados de que algún día les pueda tocar a ellos, ser ellos los apestados.
    Por eso este libro y esta mujer tienen valor, porque nos enfrentan cara a cara con la realidad social que ni unos ni otros queremos afrontar, asustados como habitantes de una ciudad sumida en la peste en la que cada cual busca salvar su propio pellejo por encima de todo y de todos.
    No podemos seguir así. Es indigna su situación y nuestro silencio.
    Vaya desde aquí mis deseos de suerte a la autora del libro y mi reconocimiento y admiración.

  5. javi javi

    Cualquiera que haya trabajado un solo día con esta señora sabe perfectamente que no la echaron por estar embarazada sino por no ir a trabajar, llegar cuando le salía de las narices, venir bebida o colocada, etc…¿quién va a contratar a alguien así en tiempos de crisis?

  6. El Fary El Fary

    javi ¿crees que este artículo trata sobre ella o sobre los seis millones de parados que hay o de los veinte millones que viven en la pobreza?
    Pero hablando de ella, a la que no conozco, como tampoco te conozco a ti, más aún porque para decir tales cosas no te identificas personalmente, lo cual me parece cobarde desde el momento en que personalizas escondiendo tu propia persona, con tales antecedentes de ser un desconocido con un comportamiento a mi juicio cobarde, ¿por qué he de creer lo que dices?

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