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Halcones y palomas

Supongamos que Catalunya y España cohabitan como una pareja condenada a entenderse, incluso en caso de que el divorcio que demanda una parte se consumara. Aún a sabiendas de que el amor no acostumbra a ser eterno, y que los matrimonios discurren por fases de atonía y desierto, no existe literatura que sostenga otras fórmulas de convivencia que el respeto. Mucho se ha abundado sobre el reparto emocional entre dos seres, y en uno de sus mitos: el sentimiento que los une no siempre es unívoco ni recíproco. Una de las partes acostumbra a ejercer el papel de demandante, enganchado al apego, mientras que la otra se convierte en demandado y aunque no le haga ascos al vínculo, este debe ser liviano. La voz popular asegura también que uno de los dos acostumbra a querer con mayor vehemencia al otro. Pero no se trata de una cuestión propia de un audímetro afectivo, sino de la forja del carácter. Ya lo advirtieron los clásicos: “Carácter es destino”.

Veamos si no el estilo Wert, aprovechando su aquiescencia animal, que resucita con plenitud aquel antiguo debate entre halcones y palomas. La teoría de juegos estudia situaciones estratégicas en las que sus participantes eligen diferentes roles y formas de actuar para maximizar sus beneficios. Unos optan por cooperar porque les resulta más rentable, buscando la concordia y la armonía. Son las palomas. Por el contrario, los halcones atacan hasta que el otro se retira. Necesitan la confrontación para autorepresentarse y tratan de imponer sus ideas manipulando los sentimientos ajenos.

En los temas que soliviantan a las hidras intestinales, como el asunto lingüístico, se demuestra que separan más los caracteres que las ideologías. La bravura y la provocación frente a la sensibilidad y la aceptación de unas bases que, visadas por los máximos organismos competentes, no sólo no son afuncionales sino todo lo contrario. Los halcones como Wert a menudo no persiguen una ilusión, sino un delirio. Así lo explicaba Freud: la ilusión a veces se convierte en creencia delirante cuando prescinde de su relación con la realidad. Manipuladora como el te quiero del miembro de la pareja que perpetúa el desamor, la cruzada de Wert contra el catalán tiene más que ver con la psicología que con las ideas. Si un sistema educativo legitima a jueces y padres -en lugar de a los pedagogos- para decidir sobre las materias curriculares como la lengua, ¿por qué no sobre todas las materias? Es más, ¿por qué no sobre los capítulos de un temario? Mientras en Catalunya exista la percepción de que los Wert Ortega consideran el catalán como lengua no española, que a nadie extrañe que se multipliquen los halcones y se extermine a las palomas.

Publicado en Artículos

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