Cuánto poder encierra ese botón. Basta un clic para anunciar en tu vida on line que ahí dejas tu huella, sin saber muy bien si se trata de manifestar tus preferencias, hacer felices a los demás o tan sólo sacar la patita. Incluso aunque en realidad ese algo no te guste. Cada vez me sorprendo más de las variopintas causas que reclaman un “me gusta”, como si no hubiera otra manera de decir que compartes una idea, que te solidarizas con una campaña o que has ido a ver la misma exposición. No sólo eso, a menudo los comentarios se acompañan de una decena de signos de admiración, algo que ilustra acerca, no sólo del estado de ánimo del emisor, sino de su buenrollismo agotador. A diferencia del mundo real, las comunicaciones on line desbordan alegría. Emoticonos, estrellas, corazones y todo tipo de dibujitos se entrometen ahora entre las palabras escritas a capricho, y, sobre todo, con letras multiplicadas a fin de transmitir mayor intensidad: como si dar las “graciasss” fuera más sentido que “gracias” o “nooo” más tajante que un simple “no”. Los juegos con los signos de puntuación guiñan un ojo en el mensaje como nunca lo harán en el cara a cara. Porque los sentimientos “editados” y envueltos en lazo que se expresan a través de las pantallas pretenden convertirse en una tarjeta de presentación, la de tu identidad digital, que casi siempre pretende ser más virtuosa que la real.
“Me gusta que te guste lo que me gusta”, leo en un amplio artículo de The New York Magazine en el que se analiza cómo ha evolucionado el estado de ánimo de la web desde hace diez años, cuando triunfaban la insidia, el descontento, los incendiarios trolls e incluso los pervertidos. Hoy, en cambio, la web es algo parecido a un hogar y ha mejorado sus modales hasta el punto de edulcorar el lenguaje. No sé qué lo mueve, si una aspiración a la ternura, o a la reputación, el deseo universal de caer bien o simplemente el de enmascarar la nada con palabras agradables.
La gente hoy se felicita por la fotografía de un muffin o se entusiasma al ver la colección de imágenes tomadas en tus últimas vacaciones con una única idea: colgarlas en el muro. “Si no publico las fotos de mis fines de semana, mis amigos se creen que no tengo vida social”, me razonaba una chica de 18 años. Así es: lo que hago en realidad no es tanto por o para mí mismo sino para exponerlo a la mirada ajena.
“Facebook puede haber reemplazado a Disneylandia como el lugar más feliz de la tierra”, afirma Joseph B. Walter, que ha investigado la interacción en internet durante décadas. Y así lo parece a tenor del inmenso regocijo que nos infantiliza con palabras encantadoras y autocomplacientes. Si en verdad la web se ha transformado en nuestro espejo cultural, los imprescindibles buenos modales no deberían excluir ni el ejercicio de la crítica ni los interrogantes. Eso sí, basta con uno.
Hola Joana. Mira, que hemos incluido tu artículo “Me gusta” en nuestra revistilla ciudadana WFL Xtreme: http://www.scoop.it/t/wfl-news Si hubiere algún problema, un “e-milio” y lo quitamos.
Petons.
Pues sí. Depende de la utilidad que busquemos a las redes sociales, aunque no sé exactamente qué utilidad le puede reportar a uno exponer su vida, lo que hace un fin de semana, a desconocidos para buscar su aprobación.
Hay sitios y sitios. De un blog dedicado a los muffins poco más se puede decir, si es que se puede decir algo, que un me gusta, lo que resulta tan absurdo como si caminando por la calle vemos una pastelería y entramos para decirle a la dependienta, con el pulgar alzado y una sonrisa radiante: Me Gusta. Graciasss por esos muffins tan bonitos que tiene en el escaparate.
Los comentarios dependen, en definitiva, de lo que se diga en el blog y cada cual tiene el público que se merece.
claro esta, las redes sociales se han vuelto una parte de la vida cotidiana de cada persona el cual cuenta con un perfil dentro de la misma. debido a esto el uso del internet se ha vuelto primordial en cuando a temas de investigacion y temas de costumbres de vida.