No tengo duda de que vivimos en el siglo de los sentidos. Y de que buscamos una nueva sensualidad en nuestros pequeños placeres cotidianos. Un cielo azul con banda sonora y una bandada de jilgueros trinando escandalizados. O la primera página de un cuaderno nuevo, planchado, cuando aún eres capaz de escuchar el murmullo de la tinta sobre la hoja en blanco. La memoria agitada al recuperar un viejo aroma, el de los tomates fritos de tu madre, el del primer perfume con el que intentabas ser otra. El masaje que recorre todas las partes de tu cuerpo para que no las olvides, la palma de los pies, la cuarta dorsal, la mandíbula. El vapor del hamam que crea una atmósfera blanquecina como si la humedad cambiara la flecha del tiempo. Una hamaca azul en un pequeño balcón alertando de que desde allí también se ve pasar la vida. O el bullicio de un mercado en la mañana fresca, con sus olores a huerta y mar. Romper el papel de seda que envuelve la camisa deseada. Escuchar la voz que arrastra la noche desde una emisora de radio y te pone la canción que estabas esperando. O cuando una niña te dice: «cuando seas pequeña te dejaré mis zapatos rosas». Oler un buen vino saboreando la uva, el árbol, y las cerezas. Sentir cómo estalla un dim sum crujiente bajo tu paladar mientras piensas que los extremos se tocan. Escuchar Like a Rolling Stone con los pies en la arena…
La historia de los sentidos es también la historia de la conciencia, partiendo de cómo han influido en el conocimiento humano y, por extensión, en el arte, la cultura y la vida cotidiana. «No se limitan a darle sentido a la vida mediante actos sutiles o violentos de claridad: desgarran la realidad en tajadas vibrantes y las reacomodan…», escribe Diane Ackerman en su Historia natural de los sentidos, una maravillosa lectura en la que se advierte que ser sensible es, en definitiva, ser consciente. La continua búsqueda de emociones y promesas de intensidad se ha convertido en uno de los valores absolutos de nuestro tiempo. Por ello, la industria, la cosmética y la moda exploran una y otra vez las percepciones que somos capaces de alcanzar a través de los sentidos. No es escapismo, es un método saludable de ejercer el derecho a la felicidad. Y tú tienes la llave.
(Marie Claire)
Por supuesto que no es escapismo. En las sensaciones que maravillosamente describes está la verdadera vida, la nuestra, la auténtica. Nuestro pensamiento debe estar abierto en todo momento al mundo de los sentidos, que no es más que el mundo de la vida. Sólo eso será auténticamente nuestro, sólo eso vencerá sobre el paso del tiempo.
Simplemente magia… Gràcies! :)