Para más de la mitad de las madres occidentales, recibir un abrazo de sus hijos es la mejor forma de compensar sus desvelos. Para la casi totalidad de las madres asiáticas, el ideal del buen hijo consiste en que este saque sobresalientes, toque el violín y consiga una beca para Georgetown. Mano dura, aunque se alcancen métodos rayanos en la tortura. Veamos si no el impacto que tuvo entre nosotros el Himno de batalla la madre tigre, el libro de la profesora de Yale Amy Chua, ante el cual no sólo le respondieron, escandalizados, varios pedagogos occidentales, sino que varias hijas de inmigrantes coreanos o chinos confesaron estar pagando aún terapias a fin de resarcirse de una educación que exaltó hasta el extremo el mito de la meritocracia norteamericana. Nada que ver con la cultura como un medio para elevar el espíritu ni con entender el trabajo como un preciado valor, sino como una lógica en la que ambos son fines en sí mismos.
Los estudiantes de la ESO españoles tienen grandes dificultades con las matemáticas, a diferencia de los hijos de las madres tigre a quienes no se les permiten actividades de ocio. Creatividad, para ellas, es una palabra tan inconveniente como pasión; el pensamiento crítico, un precipicio que conduce a la marginalidad, y no hay otro sentido de la vida que no sea el éxito, casi siempre disociado de la felicidad, otra palabra tabú. Creyentes acérrimas en una pedagogía humanista, las indulgentes madres occidentales nos preguntamos acerca de nuestra blandura. Pero cuando los hijos nos dicen llorando que no soportan más ir a clase de piano, no transigimos sólo desde la laxitud sino desde la agitación interior: ¿por qué queremos que nuestros hijos sean todo aquello que nosotros no fuimos?
Más allá de los modelos de madre, hoy existe un debate urgente: el impacto de la crisis en la maternidad. Según el informe de Save the Children sobre los mejores países para ser madre, España ha bajado cuatro puntos —situándose detrás de Francia y Portugal—. Además de la menguante ley de Dependencia, de la congelación de escuelas infantiles públicas, de las ayudas familiares, del permiso de paternidad o la flexibilidad para conciliar, una de cada dos mujeres españolas piensa que su labor como madre se ve dificultada por la situación económica. La desprotección laboral se hace notar —en Galicia acaban de despedir a tres embarazadas sin más—. Noruega, Islandia y Suecia son los mejores países para ser madre, Níger el peor (un ranking muy parecido al de la igualdad entre se- xos). En el tercer mundo, la educación de las niñas sigue siendo clave para romper el ciclo de la desnutrición, pero aún es un objetivo lejano. Y en España, puestos a posponer, ocurre lo de siempre: el Estado delega en las familias y estas en sus mujeres, cargando sobre sus espaldas la responsabilidad de construir el futuro.
Comentarios