Hoy los políticos ofician de cirujanos, convencidos de que deben intervenir en condiciones extremas, aunque no sepan por dónde abrir ni cauterizar. Acaso las conquistas del bienestar habían difuminado una terrible evidencia: cada vida tiene un precio. Y poder alargarla depende tanto de la biología como de que las ambulancias lleguen a tiempo o los quirófanos no cierren en fin de semana. Antes la vida se entendía como una boutique exclusiva; hoy se conforma con ser un outlet atiborrado de saldos para quienes quedarán excluidos del sistema sanitario. Érase una vez cuando, a pesar de las listas de espera y las camillas en los pasillos, sacábamos a pasear nuestra ejemplar sanidad pública como a un santo. Se trataba de un modelo encumbrado aunque insostenible, nos dicen ahora, con un real decreto regresivo que nos devuelve a los años setenta y que puede acabar transformando la sanidad en un modelo de aseguramiento privado para los ricos y de beneficencia para los pobres.
La hipocondría nacional permanece en cuclillas, a punto de transformarse en un ataque de pánico. Que cada uno se financie su locura y su pluripatología, anuncia ahora el Estado. Desde propuestas sensatas, destinadas a repartir el esfuerzo con más justicia según los niveles de renta, como la de Mas-Colell, hasta medidas extremas ante las cuales los perjudicados no seremos el 25% de catalanes que pagamos una mutua sino aquellos que se quedarán fuera del sistema, extramuros, desde monjas a estudiantes que nunca han trabajado, inmigrantes irregulares, enfermos crónicos o pensionistas sin prótesis subvencionadas.
A menudo, cuando se juzgan nuestros problemas, nos limitamos a señalar con el dedo al tramposo: los inmigrantes que llenan nuestras urgencias, los irresponsables que piden recetas para toda la familia, los funcionarios que simulan una depresión… Pero, ¿de verdad esas prácticas constituyen la raíz del problema o sólo se trata de una generalización que nos impide plantear un debate maduro sobre el copago sanitario, además de que aclaren cuántos impuestos tenemos que asumir y qué partidas presupuestarias sustentarán? Un debate tan necesario como farragoso, pero ya nos lo advertían las abuelas: con la salud no se juega.
Los 7.000 millones del recorte sanitario serán los que sirvan para salvar a Bankia, ese banco en quiebra, que ya ha recibido dinero público y que sigue y seguirá repartiendo beneficios entre sus accionistas. 7.000 millones robados a la ciudadanía para salvar a ese banco. ¡qué vergüenza de gobierno!
El problema no es la sanidad, ni la educación, ni siquiera los costes laborales. El problema ha estado en la especulación financiera, en un puñado de dirigentes poderosos e irresponsables que han potenciado el enriquecimiento rápido, con préstamos peligrosos que han colapsado el sistema. El problema también ha estado en el fraude fiscal de las grandes fortunas. Por la estructura del sistema ha acabado repercutiendo en la economía doméstica y están recortando de dónde no deben. Recortan al pobre, porque todos ya pagamos esos servicios con impuestos. Nos quitan nuestras migajas, que sumadas son muchos. No paga quien debe pagar esta crisis.