Qué imagen tan poderosa la de una locomotora humeante dentro del Louvre, transportando las modelos de Louis Vuitton, que parecían llegar del pasado y del futuro. Bajaban al andén, como las damas del siglo pasado, pero enfundadas en unas siluetas nunca vistas, ricas en abalorios y detalles, tocadas con hermosos sombreros, afinando su feminidad en la cintura. La moda cambia. Las mujeres también. Afortunadamente, la sexualización pasa a un segundo plano. No se trata de realzar las curvas, el eterno femenino, la piel animal, sino de potenciar el poder de una mujer que antes de seducir, convence. Así son las mujeres fuertes de Prada, con reminiscencias florentinas y pasos pequeños pero firmes como sus ideas. O la masculinidad newtoniana de Saint Laurent, en el espléndido desfile de despedida de Stefano Pilati; también Lagerfeld en Chanel mostró un paso resolutivo, rescatando el punto, los brillos, los ecos góticos pasados por el sintetizador y la riqueza del detalle. Porque, en verdad, lo que nos define y delimita es eso: el matiz, el timbre, el detalle. La capacidad de proyectarnos, y de neutralizar nuestros temores.
De todo ello hablamos con Elvira Lindo, en un restaurante hindú de Tribeca. Y, cómo no, de ese mal moderno llamado ansiedad que se multiplica en este cambio de era dominado por las incertidumbres. Del punzón que, a una determinada hora del día, sin saber por qué extraña razón, sobreviene con tal bravura que todo lo que te parecía consistente un minuto antes, se desvanece, e incluso el pisar se ablanda. Pasos dubitativos, como de astronauta, que te adentran en un «de yo a yo» aturdido.
Nueva York es una ciudad que te instruye bien en la idea de no ser nadie. Lo cuenta magníficamente la escritora en «Lugares que no quieres compartir con nadie», un diario de viaje a la inversa; es decir, un diario de residencia, aunque sea provisional. El libro arranca con un viaje en metro hasta Queens para visitar a un psiquiatra. «Ansiedad crónica severa», le diagnostican, o sea, demasiada vitalidad difícil de contener; «La implacable sensación de que mi vida se me queda corta». Cierto es, como dice la amiga Lindo, que son muchos los Nueva Yores que hay en Nueva York, como muchos los amores que hay en el amor. Al igual que muchas son las sociedades que se miran de reojo en el metro, entendido como espejo colectivo. Lindo, al terminar la cena, se fue a coger el metro para subir a Lincoln Center: «Antonio, mi marido, me dijo: pon en una hucha todo lo que te gastarías si fueras en taxi de un lugar a otro. Me hace sentir bien subirme al vagón». No solo es tarea de los escritores, los diseñadores o los fotógrafos saber observar. La mirada, la que forma parte del viaje interior, nos pertenece a todos.
¿Te crees realmente lo de la moda?. No sé, es que veo irreconciliable, seguramente por mi ignorancia, lo de la moda con el viaje interior. Y tengo la impresión, no se si equivocada, de que lo tuyo es más lo interior. No quito importancia al vestir, pero precisamente porque le doy toda la importancia sensorial y evocadora de la personalidad que tiene el modo de vestir, no le doy ninguna importancia a la moda.
¿Poesía?
¿Ilusiòn o realidad?
Esa no es la pregunta.
Un poema no está escrito en piedra
¿Sòlo son palabras?
Esa es la pregunta,
la poesía es la ilusión
de las palabras
que la realidad nos deja ver.
Rolando Gabrielli©2012