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Perder la cabeza

No importa la naturaleza del objeto extraviado: puede ser previsible, como un teléfono, unas llaves o una bufanda; o de lo más exótico, como un guacamayo; excepcional como un vestido de novia de Vera Wang, o doméstico como una olla exprés. Sí, en este mundo hay personas capaces de olvidarse en el metro de Barcelona o el de Madrid una nevera portátil, un medidor de glucosa, una caña de pescar, una cuna de bebé o incluso unos papiros egipcios. Una vez me quedé impresionada por el relato de un vendedor de Ikea, que, por cierto, no parecía escandalizado: «En nuestra sala de juegos, en más de una ocasión, los padres se han olvidado recoger a sus hijos. Sí, cuando estábamos a punto de cerrar, los hemos llamado, o ellos a nosotros porque al llegar a casa advirtieron que la sillita del coche estaba vacía». Sin ir más lejos, el año pasado fue olvidado un bebé de 18 meses en un hotel británico, y también en el Reino Unido, según una información de José Luis Ortega publicada en La Vanguardia, hubo quien se dejó en la habitación una antorcha olímpica de un metro de altura, las llaves de un Ferrari o una urna con las cenizas de un familiar.

¿Qué mecanismo se anula o se dispara para que alguien sea capaz de olvidar las cenizas de su padre, o a su propio hijo vivo? La gente, cuando se queda en blanco ante algo que sabe que sabe, suele usar el humor negro como salida desesperada: «Es mi alzheimer», bromean, porque dejar de ser capaz de recordar conforma uno de los vértigos más tenebrosos para el ser humano. La llegada de la presbicia a menudo suele acompañarse de un lugar común tremendamente incómodo: no saber cómo se llama quien te está saludando. Como si no cupiera un lugar para aquella persona que te llama por tu nombre y te convoca a vivencias comunes. Una leve luz pugna por abrirse paso entre las zonas oscuras y blandas del pensamiento. Alguien que no debió de impactarte, te dices, que no se coló en el disco duro de la memoria. O bien tu memoria es perezosa e incauta, no toma memorin ni hace sudokus, y ya no registra los números de teléfono, aquella gimnasia mental del pasado suprimida por las tarjetas sim.

¿Por qué olvidamos unas cosas y recordamos otras? ¿Por qué hay gafas que nos acompañan durante diez años y otras que se pierden al cabo de una semana? Como escribe Empar Moliner en La Col·laboradora, un apasionante fresco sobre la impostura y la supervivencia, hay nombres como Natascha Kampusch, Priklopil o Praia da Luz que extrañamente aprendimos para siempre mientras otros, mucho más familiares, se nos resisten. Según las teorías de Freud sobre los olvidos, y de una manera más amplia los actos fallidos, estos se producen por la interferencia de un deseo. Lejos de ser casuales, de limitarse a un simple descuido, han sido empujados por un anhelo inconsciente que difícilmente podría manifestarse de otro modo. Es decir, que quien olvidó el vestido de novia en el fondo no quería casarse o quienes dejaron a sus hijos en Ikea en el fondo querían dimitir como padres. Quizá por ello tan a menudo olvidamos gafas porque no queremos ver, llaves porque no queremos regresar y teléfonos porque queremos perdernos. Pero también hay que atribuir la desmemoria a la llamada ensoñación. Ese vagabundear aflojando el sentido de la realidad, como exaltaba Rousseau, que escribía que pensar con profundidad no le aportaba placer, pero en cambio ensoñarse le descansaba y le procuraba un goce único.

En verdad, la idea que todos tenemos de una oficina de objetos perdidos es mucho más romántica que la realidad. Pero cómo negar que detrás de cada extravío hay un ser humano despistado, ensoñado o azorado que tiene otra cabeza dentro de la cabeza.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

5 comentarios

  1. Me encanta pensar que no soy la única en este mundo olvidándome incluso la cabeza!

  2. Creo firmemente en la memoria selectiva. No nos caben tantas cosas en la cabeza, o no las queremos.
    La práctico a menudo y por supuesto la culpa es siempre de mi piloto automático, bien entrenado.

  3. Anónimo Anónimo

    Daydreaming power! M’ha encantat l’article!

    Una abraçada,

    Regina.

  4. En el día internacional de la Poesía, perdamos la cabeza en la estación del Poema….
    un cordial saludo….

    Oye, poesía

    Oye, poesía, oye,
    más alta que la luz
    mi Musa abre la puerta
    de un día luminoso,
    tu día y mi palabra, nube,
    poder destronado,
    pequeño girasol errante,
    ese reflejo nos brilla,
    sobre màscaras
    y mis voces nuevas.
    Rolando Gabrielli©2012

    El pretexto de hoy es la poesía. No sé si es una buena idea. Ya se ha hecho la pregunta clásica e inútil por sospechosa: ¿Para què sirve la poesía? Las fechas suelen circular sobre sì mismas cuando ocurren otras cosas que las superan. ¿Para què sirve la muerte? Hay actos únicos, irrepetibles, necesarios. Voces que la poesía desconoce. Yo ignoro las horas, la implacable zona de relojes, nunca la cara rosa del sol bajando detrás del mar, ni la brillante luna de marzo que disfruta sus horas libres ahora que no pasan meteoritos.
    Primavera en el Norte, Otoño en el Sur, la poesía n o tiene estación aquì en el centro de la tierra.

  5. ARACELI MATEOS ARACELI MATEOS

    Me encanta tu reflexión, felicidades y gracias

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