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La carrera de la vida

Resumir en una página lo que vales sin literatura. No lo que eres. Huir de egobiografía y transmitir convicción y solvencia. Interesar, incluso sorprender, aunque mesuradamente. No cometer errores técnicos y ponderar la expresión prescindiendo de los adjetivos. Evitar despedirse con un «feliz lunes» o un demencial «gracias por tu tiempo y que te vaya bonito». Ser cronológico y lineal pero con la habilidad de crear tempos, eso es, lograr que por un instante al otro lado los ojos que ahora tienen la llave se detengan en un renglón de tu historia. No es el relato que querrías contarle a quien admiras o temes, ni mucho menos a quien deseas amar. ¿Útil?, sí, aunque hoy en día un currículo vital sólo sirva para no extraviar el hilo de la memoria. Las etapas que estructuran tu pasado en experiencia académica y experiencia profesional y que hoy más que nunca deben ser imborrables, porque sin ellas, te dices, también borrarías tu identidad. Tú eres uno de los miles de CV que llegan al día a las redacciones, oficinas o supermercados. Uno más de los que emiten un grito de socorro.

Si el receptor guarda un destello de aquella anacrónica sensibilidad, cuando aún se sentía con el deber moral de descubrir talentos y ofrecer oportunidades, de ejercer el maestrazgo acompañando en los primeros pasos al debutante, percibirá el tamaño de la súplica. «Un curro perdido como un arca para una redactora latina que busca su lugar en el siglo», «no me tires a la basura», «es muy importante que leas esto», «te propongo un win-win». Las señales, muchas de ellas ya emitidas en la casilla de «asunto» del correo, arrastran la misma dosis de desesperación que de desconfianza. Optarás por un directo y lacónico «currículum», o si para ti pedir trabajo nunca ha sido un trago fácil, elegirás un suicida «sin asunto», acaso incluso provoques una ráfaga de misterio. Puedes ser de los directos que escriben en gerundio “buscando trabajo”; de los apremiantes, «candidata a empleo y prácticas» o de los emboscados «consulta», «buenos días… importante»; incluso de los atrevidos: «conocernos personalmente» acompañado de una foto sexy. Pero antes de dar a enviar ya has tirado la toalla. Sabes que sólo se contrata en Finlandia o Qatar. Que tienes tantas posibilidades de conseguir un contrato fijo y digno como de que te toque la lotería. Así es, el trabajo hoy se ha convertido en un juego de azar.

Hubo un tiempo en que la expresión latina currículum vitae (carrera de la vida) sí contaba lo que eras. Se acuñó en contraposición a cursus honorum, que resumía la carrera profesional de los magistrados romanos. Entonces importaban los matices, y la suma de experiencias era un grado. Hoy, si buscas en google «currículum vitae», el buscador te devuelve 2.720.000 resultados, la mayoría guías de cómo diseñarlo, modelos, plantillas, software, aplicaciones… Porque a pesar de la ingenuidad de tu acto, mandar tu currículum consiste en tu tarea diaria, la tenacidad con la que quieres tranquilizar a tu familia, la persistencia con la que ahuyentas las fantasías de abandono. Es difícil que visualices un lugar para ti, aunque heroicamente no has perdido del todo la fe en el futuro. Al enviar el currículum lo personalizas, estudias la empresa, incluso envuelves la frialdad técnica del documento con un carta adjetivada, aun sabiendo que la idoneidad pasa por la dignidad. Porque ni tus cum laude, tus cuatro idiomas, tus másters, tu experiencia, incluso tus contactos, son garantía de nada. Los currículum representan el fantasma de la inutilidad, y aun así los continuarás enviando, porque claro que hay una buena noticia: mañana amanecerá de nuevo.

(La Vanguardia)

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