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El trampolín de la política

Mucho se ha abundado últimamente en la falta de ejemplaridad de los políticos, casi tanto como en la necesidad de que estén mejor pagados. La política, entendida como un «abierto 24 horas», sin días de asuntos propios ni planes de conciliación, es mucho más que una inclinación y mucho menos que una pasión, aunque no falten quienes se llenan la boca con esa palabra tan polisémica que tanto sirve para explicitar entrega y arrojo como incontinencia. El mundo teme a los políticos apasionados, pero sigue mostrando desafección por los ejecutores del sistema. Están los políticos vocacionales, aquellos que en su storytelling cuentan cómo sintieron la llamada del servicio público; y están los «profesionales», que tras las primeras pasantías se sintieron empujados a colorear el tedio con un escaño. Los primeros han crecido con una gran tendencia hacia la idealización, mientras que los segundos, precozmente maduros, ejercen un férreo autocontrol programático a fin de no dejarse vencer por el reblandecimiento de las pieles.

El peaje es aparentemente sacrificado para la clase política: hay que estar preparado para que a uno le hagan vudú o cosquillas en los pies; para que cualquier día aparezca algún trapo sucio, un bulo en el currículum, una inclinación sexual, un micrófono abierto, unos calcetines agujereados o un trato de favor. Pero ¿qué pasa cuando por fin se abandona el cargo, que no el coche oficial? A qué dedican el tiempo libre los que durante dos años cobrarán el 80% de su sueldo (y una pensión vitalicia por haber formado parte del consejo de ministros). ¿Valen en verdad dos discursos de Blair —de media hora cada uno— 425.000 euros? ¿Y el caché de cerca de 100.000 de Aznar?

Ahora, la ex vicepresidenta económica Elena Salgado se suma a la larga lista de ex captados por el sector de la energía: Felipe González en Gas Natural, Pedro Solbes en Enel, Josu Jon Imaz en Petronor. Cierto es que su experiencia pública amplía la visión estratégica de las compañías y suma poder y contactos, como ocurre con la banca: desde Isabel Tocino a Rodrigo Rato, Abel Matutes o Ángel Acebes. Pero el debate ni de lejos se centra en una cuestión de idoneidad, sino en la posición ética ante aquella sentida vocación por el bien común: «El bien es ciertamente deseable cuando interesa a un solo individuo, pero se reviste de un carácter más bello y más divino cuando interesa a un pueblo y a un Estado», mantenía Aristóteles. Existe una Ley de Incompatibilidades que, los menos, respetan a rajatabla, dedicándose a escribir poemas, como César Antonio Molina, o a crear fundaciones para el desarrollo en África como Fernández de la Vega. Pero una amplía mayoría, nada más apagarse los focos, se lanza al mundo contante y sonante desde el poderoso trampolín de la política con un claro objetivo: el bien colectivo, aquel sincero compromiso, pasa a ser el de uno mismo.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

Un comentario

  1. Como dicen los norteamericanos-” De tu boca a los oídos de Jesús”! Y más castellano: Dios te oiga mija!
    Ojalá Joana, me sumo a ese optimiesmo que sé que no contiene ni la más minima dosis de adocenamiento. Y confío en esa mirada avisora. Un saludo.

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