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La edad de hierro

Ocurre un hecho prodigioso en nuestro tiempo: tantos genios viejos juntos. Habría que remontarse a los tiempos bíblicos para hallar tal profusión de vidas longevas y palpitantes. Porque la vejez empieza a ser lo opuesto a un zapato polvoriento o a un saco de huesos rotos. Poco importan ya las carnes consumidas, la voz ahuecada, el audífono. Vean si no, esa maravillosa mujer, la neurocirujana italiana y premio Nobel Rita Levi-Montalcini. Cuando cumplió cien años —en el 2009— le confesaba al periodista Miguel Mora: «No hay culpa ni mérito en cumplir 100 años. Puedo decir que la vista y el oído han caído, pero el cerebro no. Tengo una capacidad mental quizá superior a la de los 20 años. No ha decaído la capacidad de pensar ni de vivir. La única forma es seguir pensando, desinteresarse de uno mismo y ser indiferente a la muerte. Cuando muera, sólo morirá mi pequeñísimo cuerpo». Levi-Montalcini no renuncia ni a una buena peluquería ni a escoger bien sus joyas, y eso dice mucho de quien sabe envejecer. Conectar lo interior con lo exterior, remarcando la importancia de un cuerpo pero sobre todo un alma elegante.

Ahí está Manoel de Oliveira, que a sus 103 años recién cumplidos ultima su próximo filme, Gebo et l’Ombre, con dos divas que conservan intacta su mueca de desafío al star system: Jeanne Moreau y Claudia Cardinale. U Oscar Niemeyer, que, con 104 años, ha tenido que desistir «provisionalmente» de su proyecto de construir la plaza de la Soberanía en Brasilia, pero ha dejado claro que no renuncia a ella. Muchos se ríen del desfase de Stephan Hessel (94), el viejo resistente y uno de los autores de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. De su panfletillo tan kumbayá. Pero Hessel no se inmuta, convertido en el agitador que da consejos a François Hollande para que radicalice su discurso. O David Hockney, cuya rebeldía es una bofetada de color que estos días expone en la Royal Academy of Arts de Londres —y en mayo en el Guggenheim de Bilbao—. En ella muestra la llegada de la primavera en Yorkshire, con sus verdes y violetas intensos, lejos de las grisallas de la tercera edad. Las paredes de la academia parecen ventanas de un tren: desde su excepcional Paisaje ordinario hasta su visión del Grand Canyon, o de la campiña inglesa, fragmentada como un puzle gracias a horas y horas mirando a través de una cámara de vídeo, que junto a sus dibujos con iPad rubrican la estampa del viejo moderno. Mi abuelo también lo fue: siempre tenía el último teclado, la más sofisticada maquinita de acupuntura, la mejor cámara de fotos. Si viviera hoy, a buen seguro sería un hacker. Y escucharía Old Ideas, de Leonard Cohen, que yo espero impaciente. Al lado de los citados genios longevos, Cohen es un teen. Va a cumplir 78 años, y dice atinadamente que a los 80 volverá a fumar. «Sé muy bien que la edad tiene mucho que ver con mi actual libertad», asegura en las entrevistas. De una elegancia inusual, sombrero de ala corta, traje a lo Beau Brummel y versos inspirados, es hoy un dios que vive en un monasterio rodeado de hielo y que en sus blues nos ofrece un manual para convivir con la derrota.

La pasada semana se publicó un dato inquietante: por primera vez en 50 años cae la esperanza de vida. Los demógrafos están en alerta. Puede que se deba al cálculo, dicen unos. Tal vez tenga que ver el impacto de la crisis, aseguran otros, de la misma forma que de nuevo cae la tasa de natalidad (1,1). Nunca el ser humano había tenido tan larga juventud, y tan próspera vejez. Ancianos no sólo activos, sino geniales, liberados como dice Cohen de las neuronas de la ansiedad, que deberían servirnos de ejemplo para trascender la crisis y enfrentarnos a una regeneración integral.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

3 comentarios

  1. Que buen artículo, gracias Joana.
    Este es un tema muy recurrente en mis observaciones personals desde muy joven. Cuando observaba los mitos occidentales, todos muertos entre los 30 y los 40 años, asegurandose una imagen de joven eterno, no sin cierta porción de sabiduría. Foto en los límites del aspecto juvenil, pero con un semblante despoblado de dudas y del vigor temerario del veinteañero, cuidandonos mucho de que no aprezcan eso sí los primeros signos dela vejez. En contraposición con la imagen de sabio chino , con los bigotes y las cejas largas y blancas, refrendada por Lao tsé o el mismo Confucio. valores distintos. Y la adoración a esos items no resulta inocua. Nos deja un tendal de consecuencias. Unas de una tesitura y de otro tenor las otras.
    En cada década de mi propia vida , me he ido preguntando si ahora soy más inteligente, atrevido, pecaminoso, pusilánime , libre o preso que antes, y la verdad es que me puedo responder de dos maneras siempre, pero cada vez con mayor claridad, de la misma manera que ya no le pego a la pelota de tenis con la misma fuerza, pero sí con mayor colocación que antes.
    estaré atento en la próxima década, para la cual me queda un par de años, y luego te cuento!
    Gracias pro escribir tan bien.

  2. ojalá tengas una larga vida, para escribir artículos todavía mejores. Sois gente curiosa e inteligente, los Bonet.

  3. Gracias por tus buenos deseos y por el piropo a mis brothers que comparto contigo, son inteligentes, curiosos y buenos!

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