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El fantasma de los ricos

 

Todo palidece ante la exhibición de indemnizaciones millonarias —como la autoimpuesta pensión vitalicia de la ex presidenta de la CAM—, el sueldazo de 40.000 euros del chófer de la Diputación de Málaga o los gastos de la compra, slips con grecas incluidos, que pasaban a la SGAE algunos de sus ex directivos. No es un espectáculo indisociable del lujo equívoco que vemos en los medios: las mechas fritas y las panzas ralphlauren, el hierático bótox o los botones dorados que perviven de aquel tiempo en que Puerto Banús era una fiesta de príncipes arruinados y damas empeñadas en convertir el matrimonio en oficio con seguro de vida. Entre el desprecio y la admiración, la riqueza en estas latitudes siempre ha estado vinculada al secreto. A esa idea de que es impúdico y de mal gusto hablar de dinero. Pero el llamado pensamiento aspiracional se resiste a vestirse como un sindicalista porque aún queda cerca aquel tiempo en que todos pensábamos que éramos ricos. «Los ricos son diferentes», proclamaba Scott Fitzgerald en El gran Gatsby. A lo que Hemingway le respondía de forma escueta pero exacta: «Sí, tienen más dinero».

Hoy, en tiempos de crisis, se aplican raseros diferentes para analizar la posición moral de los ricos y la de los que no lo son. De los segundos, se espera que se arremanguen responsablemente: que si son médicos o periodistas dejen de recibir una paga de beneficios, si son maestros y madrileños trabajen dos horas más de establecido… España ha sido un país tradicionalmente fraudulento, con una gran economía sumergida y una presión fiscal baja donde el mayor peso ha descansado sobre la clase media, mientras que los millonarios conocen las mil y una triquiñuelas para evadir cómodamente capitales y responsabilidades. Ninguna de las quince fortunas españolas que aparecen en Forbes ha mostrado intención de pagar más al Estado, a diferencia de Lilianne Bettencourt, heredera del grupo L’Oréal, o los consejeros delegados de Veolia, Danone, Total o Société Genérale, que han solicitado al Gobierno francés que establezca una «contribución excepcional» para las rentas más altas.

Desde el mecenazgo en museos, lírica o patrimonio artístico, pasando por la investigación, los programas para excluidos o donaciones a las Hermanitas de los Pobres, me consta que en España hay millonarios y millonarias que no han hecho demasiada publicidad de su filantropía. Y aplaudo sus gestos desinteresados aunque preferiría que fueran más visibles, al igual que su voluntad de contribuir con el fisco, sin sicav de por medio. No obstante, cabe aplaudir más aún la decisión de esos cirujanos que en Bellvitge se han brindado a operar gratis a pacientes con cáncer para reducir las listas de espera, y salvar vidas. Mientras las grandes fortunas juegan a fantasmas, ahí están esos otros dando la cara, ricos en un compromiso que no desgrava.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

Un comentario

  1. Tienes toda la razón, tenemos una raza de ricos muy especial. Oportunistas y generosos solo con “los suyos”. El patriotismo del que tanto alardean debería consistir en hacer partícipe a toda la sociedad de sus éxitos y no en accesorios rojigualdas en su indumentaria.

    También es verdad que ayudaría mucho una clase política de comportamiento impecable y ejemplar. A todos, a la clase media también, nos apetecería pagar más impuestos si lo público funcionara como una máquina bien engrasada sin despilfarros.

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